Hna. Juana Plasencia Rosario

Madrid, 15 de octubre de 2024

“Nada te turbe, nada te espante;

todo se pasa, Dios no se muda;

la paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.”
(Santa Teresa de Jesús)

        Queridas Hermanas:

Con la convicción profunda de que ya su alma descansa en Dios, su Salvador, os comunicamos que el pasado 18 de septiembre de 2024, desde la Comunidad “Santa María del Monte Carmelo”, en Santo Domingo, República Dominicana, Dios Padre llamó a nuestra Hermana,

Juana Plasencia Rosario

     Nacida en Bonao, Monseñor Nouel (República Dominicana), el 16 de junio de 1928, era hija de Ramón y Filomena, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos, siendo nuestra Hermana la segunda de ellos. Fue bautizada el 7 de julio del mismo año, en la Iglesia Parroquial “San Antonio de Padua” de su pueblo natal, y confirmada en la misma Iglesia Parroquial el 13 de junio 1936.

     Comenzó su postulantado el 15 de agosto del año 1956 en Santo Domingo y el noviciado lo inició el 30 de octubre de 1958 en Orihuela donde también profesó el 31 de octubre de 1959. Sus Votos Perpetuos los hizo el 15 de agosto de 1965 en Santiago, República Dominicana donde también celebró sus Bodas de Plata en octubre del año 1984 y las de Oro el 25 de octubre del año 2009.

     Hermana Juanita era un alma de mucha oración, muy madrugadora, siempre era la primera en llegar a la Capilla para disfrutar de sus momentos a solas con su Dios, vivía en íntima unión con Él y lo manifestaba en su vida y misión cotidianas. No era mujer de muchas palabras, pero sí de acciones concretas y obras palpables: su atención cariñosa hacia cada Hermana y cualquier persona que llegaba a la comunidad era algo innato en ella; con paz y serenidad acogía y hacía compañía a cada una con amabilidad y solicitud. El vacío que deja en las comunidades por donde pasó se nota mucho.

     Cuando estaba de lleno en sus actividades apostólicas, tanto en los colegios, como en la parroquia, se mostraba muy humana en el trato con todos. Siempre saludaba con amabilidad y prestaba atención con mucho cariño y cercanía a las personas con la que se relacionaba cada día: el personal del colegio, la feligresía de la iglesia, los trabajadores de casa, los vecinos… pero sobre todo los más sencillos que se acercaban a la comunidad, siempre tenía palabras de ánimo a cada uno de ellos. En el tiempo de los mangos solía recogerlos y los ponía en la puerta de la casa, y así, el que quisiera, lo tomara libremente.

Alma grande, profundamente enamorada de Dios. En su servicio callado y presencia discreta, fue el gran apoyo para muchas personas con las que se relacionaba y para las Hermanas que convivían con ella. Era afable en su trato y su presencia, sin ruido, trasmitía mucha serenidad y paz. Acogedora y cercana con todas las personas, trataba a todas por igual, sin distinciones y sin juzgar. También le gustaban las plantas, los animales, especialmente los pajaritos, a todos los cuidaba con mucho esmero. Su caridad no tenía límites ni medida, porque le movía el amor a Dios y a su prójimo.

Su vida ha sido el gran testimonio de una seguidora de Jesucristo. Santa mujer, noble y honesta, sin doblez, servicial y de pocas palabras. Para las Hermanas jóvenes que han tenido la dicha de convivir con ella, era toda un testimonio vivo de bondad, disponibilidad, entrega, humildad, sencillez, comprensión y perdón. Se hacía de querer.

Nuestra Hermana fue una religiosa muy fiel a su Señor, con exquisita fidelidad a sus compromisos religiosos. Como una hormiguita, con una entrega incansable y silenciosa, pasó haciendo el bien por las Comunidades donde vivió: Santiago (Albergue Infantil), Hato Mayor, Baní (Colegio), Guayubín (Pastoral Parroquial) y Santo Domingo (Comunidad Santa María del Monte Carmelo), donde la trasladaron ya bien delicada de salud, y sólo permaneció apenas unos meses: desde abril, de este mismo año 2024, hasta que nuestro Buen Dios se la ha llevado consigo el pasado 18 de septiembre.

En estos últimos años, en los que tenía muchas complicaciones de salud, asumió estas limitaciones con mucha docilidad, paz, resignación y fe, sin refugiarse ni en su enfermedad, ni en su avanzada edad, para no dejar quehacer y sí hacer cuanto estaba en sus manos. Por ello, hasta los últimos días de su vida, continuó su misión de seguir haciendo el bien, como lo hizo siempre durante su vida entera, ayudando en todo lo que podía a la Comunidad, principalmente en la acogida a las Hermanas y demás personas que se acercaban a casa.

¡Gracias, Hna. Juanita! por tu fidelidad. Desde el precioso lugar que el Señor tiene reservado desde siempre a los limpios de corazón, que sólo viven desde Dios y para Dios, intercede por todas nosotras, tus Hermanas. ¡DEP!

Fabiola Mª Freitas Gusmão,

H. Carm. Secretaria General