El apostolado de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, en primer lugar, a manifestar al mundo con palabras y obras el mensaje de Cristo. «Como me envió mi Padre, así os envío yo». Con estas palabras confía Cristo su misión a los apóstoles y también nos envía a nosotras para que, conducidas por el Espíritu de amor recibido del Padre, anunciemos la “Buena Nueva a los pobres”.
Nuestro itinerario de fe con María nos lleva a dejarnos habitar por la presencia del Dios Trinitario, adquiriendo así la capacidad de engendrar a Cristo en la historia de la humanidad. (Const. Art.53)
Nuestra Consagración a Cristo debe redundar en provecho de la Iglesia. Toda nuestra vida debe estar penetrada del espíritu apostólico y toda acción apostólica animada del espíritu religioso, de modo que haya coherencia entre la vida y aquello que se anuncia, realizando una síntesis vital donde la contemplación unifique oración, fraternidad y servicio profético.(Const. Art.54)