«ARTÍFICES DE UN MUNDO NUEVO»
Los FIELES LAICOS pertenecen al Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña de los que habla el Evangelio de Mateo: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña» (Mt. 20, 1-2).
La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. «La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios». (Christifideles laici, 1.1,2)
El papel de los seglares es imprescindible en la misión de la Iglesia. El apostolado que están llamados a desempeñar, que surge de su misma vocación cristiana y de su compromiso bautismal, nunca puede faltar en la Iglesia.
Los cristianos laicos están llamados a vivir su compromiso temporal cargados de la misericordia de Dios, para incendiar el mundo con las llamas de la paz. Son el rostro vivo de un nuevo Pentecostés, el pueblo de la Nueva Alianza, unido en la certeza de que solamente Jesucristo, el Hijo de Dios, que es nuestra paz, puede cambiar el corazón de las personas. Constituyen pueblo que, asumiendo con madurez los pecados y las debilidades de la Iglesia, con orgullo la representan en este mundo como lo que es, la única razón para la esperanza humana que trae y traerá hasta el final de los tiempos el Evangelio de la paz. Son los centinelas de la paz en los lugares donde vivimos y trabajamos, los guardianes de este mundo que vigilan para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia. «Sin vosotros, fieles laicos, la paz de Cristo que custodia la Iglesia no penetraría en el mundo, y sin vosotros, la paz de este mundo sería pura utopía».
Los laicos carmelitas
La incorporación en la Familia Carmelita de los laicos, se realiza mediante la institución de la Tercera Orden. Se trata de hombres y mujeres llamados a vivir el carisma carmelita en el mundo, santificando totalmente su actividad cotidiana mediante la propia fidelidad a las promesas bautismales. A fin de que puedan realizar plenamente esta vocación es necesario que fundamenten la jornada diaria con la oración y, especialmente, con la celebración de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas. A ejemplo del profeta Elías, cuya misión profética dimanaba de una ininterrumpida experiencia de Dios y de María, la Madre de Jesús, que escuchaba la Palabra de Dios y, conservándola en su corazón, la ponía en práctica.
En algunos lugares del mundo los miembros de la Tercera Orden son conocidos sencillamente por el nombre de «laicos carmelitas», aún cuando este término comprende muchos grupos y realidades. En varios Países existen Hermandades y Cofradías muy antiguas. Hay muchos nuevos grupos que están floreciendo en distintas partes del mundo, entre los que caben destacar los grupos juveniles «Jucar» (juventud carmelita) y los infantiles «Nicar» (niños carmelitas). Estos nuevos grupos testimonian la energía creativa que hay dentro de la Orden. Sin olvidar los millones de personas que llevan el Escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo. El carisma carmelita ha inspirado a muchas personas en el mundo para vivir el Evangelio profundamente, a veces de un modo heroico.
Estos hermanos y hermanas, a los cuales el Escapulario y el sentido de pertenencia une a tantos otros miembros de la Orden Carmelita, son partícipes del mismo DON y deben ser fieles, en toda circunstancia, a los deberes provenientes de esta pertenencia carismática, sin conformarse con una práctica cristiana superficial, sino que correspondiendo al seguimiento radical de Cristo, que llama a sus discípulos a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (cfr. Mt 5, 48).
Los miembros de la Tercera Orden, independientemente del término que se utilice en los distintos países, es decir, el laico carmelita, tiene una verdadera vocación y es un testimonio para los demás del carisma carmelita, igual que los frailes, monjas o hermanas.
Los elementos fundamentales del carisma carmelita son bien conocidos: oración fraternidad y servicio. Estos tres elementos están unidos por la contemplación. Ante todo, los carmelitas están llamados a seguir a Jesucristo y a vivir el Evangelio en la vida diaria. En el seguimiento a Cristo nosotros nos inspiramos en dos figuras bíblicas: La Virgen María y el Profeta Elías. Cada carmelita, religioso o laico, está llamado a vivir este carisma. El modo en el que ponemos estos tres elementos juntos, se diferencia de acuerdo con el estado de vida de cada cual. El laico debe vivir el carisma carmelita como laico. Jesucristo dijo que no pedía al Padre que sacara a sus discípulos del mundo, sino que los librara del maligno (Jn 17,15). La vocación del laico carmelita es precisamente la transformación de este mundo, desde dentro, según el Plan salvífico de Dios.
Dentro de esta vocación bautismal común, algunos laicos está llamados a participar del carisma de alguna familia religiosa en particular. La Profesión como miembro del laicado carmelita es una más intensa repetición de las promesas del bautismo. Al entrar en la Orden ellos participan del carisma carmelita, el cual está marcado profundamente por la oración. Por tanto, la oración, sea la litúrgica como la personal, es una parte integral de la vida del laico carmelita. La participación diaria, si es posible, en la celebración de la Eucaristía, es la fuente de la vida espiritual y de los frutos apostólicos. El Oficio divino, como una participación en la oración de Cristo, está recomendado para el laico carmelita y es también una fuente de gran ayuda para su camino espiritual. La oración personal es vital para la vida de los laicos carmelitas y los modos tradicionales, fundados en la tradición carmelita, son una fuerte motivación, sobre todo la Lectio Divina, oración de escucha de la Palabra de Dios, dirigida a abrirnos a una intima relación con Dios a través de Jesucristo. La devoción a la Virgen María es una señal concreta del laico carmelita, puesto que Ella es la Madre del Carmelo.
Como todos los carmelitas, el laico está llamado de alguna forma al servicio, que es una parte integrante del carisma dado a la Orden por Dios. Los laicos tienen la misión de transformar la sociedad secular. Ellos pueden hacer esto de diferentes modos de acuerdo con sus posibilidades. El gran ejemplo para la acción profética es Elías, cuya actividad tuvo como fuente una profunda experiencia de Dios.
La fraternidad es también un elemento esencial del carisma carmelita. Los laicos carmelitas pueden formar comunidad de muchos y diferentes modos: en su propias familias, en donde han de fundar la iglesia doméstica; en sus propias parroquias, donde oran a Dios en unión con los demás `parroquianos y donde toman parte de las actividades comunitarias; en sus comunidades laicales carmelitas en las cuales ellos encuentran la ayuda y el sostén para el camino espiritual; en sus lugares de trabajo y donde ellos vivan. Estos últimos necesitan el testimonio de aquellos a quienes les fue encomendado amar a su prójimo, como Cristo enseña, y también a contribuir a la transformación del mundo de acuerdo con el plan de Dios.
La contemplación es lo que une todos los elementos del carisma. Como todos los miembros de la Familia Carmelita, los laicos carmelitas está llamados a crecer en su propia relación con Cristo hasta que se conviertan en sus amigos íntimos, lo cual tendrá una poderosa influencia transformante del mundo. Las cosas que ayudan tradicionalmente a la contemplación están ausentes, muy a menudo, de este mundo nuestro, que está marcado por una actividad frenética. Por tanto los laicos carmelitas deben buscar, fuera del tiempo que dediquen a las obligaciones de la vida diaria, momentos que les permita hablar a Dios en el silencio de sus corazones. Robustecidos con este alimento, podrán continuar su camino y mirar al mundo con ojos nuevos. Los contemplativos pueden ver a Dios en diferentes situaciones; Dios siempre nos precede y está presente en cada situación antes de que ésta suceda. Es deber nuestro descubrir la presencia de Dios en el situaciones que nos rodean y proclamar esta presencia a nuestro mundo.
El Reto
Ser un laico carmelita no es una devoción añadida a la vida; es precisamente una manera de vivir la propia vida; es una vocación. Por esta razón, es esencial una buena formación, igual que lo es para los frailes, las monjas y las hermanas. El principal reto que han de afrontar los laicos carmelitas es traducir los elementos del carisma carmelita dentro de la vida diaria.
El Papa señaló en su Carta para el Año Mariano, que el escapulario era esencialmente el hábito de la Orden y llevarlo debía conectar con la Orden y su espiritualidad. El escapulario es un poderoso símbolo de la presencia de María, no solamente en esta vida, sino también en el tránsito de esta vida a la eterna con Dios. El escapulario tiene también un doble cometido: La Virgen es la Patrona, la Hermana y la Madre de los Carmelitas y como tal cuida de nosotros. Por otra parte, nosotros debemos tratar de poner sus virtudes en práctica en la vida de cada día. Por tanto, la devoción del carmelita a la Virgen no está justificada simplemente por la recitación de algunas oraciones, ya sean éstas muchas o pocas.
En los últimos años, la Orden ha redescubierto la Lectio Divina como poderoso medio de oración y verdaderamente como un modo de vivir. La Lectio Divina es una oración en la que escuchamos la Palabra de Dios, la cual, como toda verdadera oración, nos abre a la contemplación.
María, la Madre del Carmelo, escuchó la Palabra y vivió de ella. Escuchó esta Palabra y la meditó en cualquiera de los caminos por los que Dios la condujera y en los acontecimientos de su vida. En la Anunciación, ella aceptó y cooperó con la voluntad de Dios, venida a través de las palabras del ángel; al pie de la cruz cooperó con la voluntad de Dios en medio del sufrimiento. En las palabras del Magnificat encontramos a María, la contemplativa, que mira al mundo con los ojos de la fe y glorifica a Dios por el cumplimiento de los planes divinos.
Todo carmelita tiene una relación especial con María; los laicos carmelitas han de vivir esta relación, orientando su vida con el ejemplo de María, a la escucha de la Palabra de Dios para ponerla en práctica en su vida diaria. El mundo en el que vivimos nos plantea muchos retos. La estructura social que sostenía la fe, ha desaparecido en muchas zonas, y hace falta animar a la gente en su opción de seguir a Jesucristo. La vocación del laico cristiano, por encima de todo, es ser fermento en el corazón de este mundo secularizado. Los laicos carmelitas viven esta vocación inspirados en la tradición carmelita. En el Magnificat, la Virgen glorifica a Dios porque ella sabe que Dios actúa transformando la realidad, incluso aún cuando las apariencias puedan sugerir otra cosa. Los laicos carmelitas también están con María al pie de la cruz, cooperando con la misteriosa voluntad de Dios, el cual quiere que todos los hombres y mujeres se salven. Viviendo el Evangelio en la vida diaria, como María, nuestra Patrona, Hermana y Madre, los laicos carmelitas tienen su parte en la transformación del mundo.
La Regla y los laicos carmelitas.
La Regla de San Alberto es un documento carismático que está en el origen de cualquier forma de vida carmelita. En este breve texto se encuentran en embrión los elementos esenciales del carisma carmelita. Estos elementos han sido elaborados en los años sucesivos y principalmente a través de la tradición carmelita, enriquecido por la vida de muchas personas y, sobretodo, a través de nuestros santos. Cada persona llamada a vivir el carisma carmelita tiene una aportación especial en la tradición y ésta pasa a los demás.
La Regla de la Tercera Orden
Después del Concilio Vaticano II se decidió someter la Regla de la Tercera Orden a una actualización. Este proceso ha tenido una duración de más de treinta años y ha visto la participación de muchos laicos carmelitas. En 1995 después del Capítulo General se nombró, por parte del Consejo General, una comisión internacional para afrontar la fase final de este proceso de actualización. Durante el Jubileo del 2000, un texto nuevo fue sometido a la atención de los participantes en el encuentro de Laicos Carmelitas, que se tuvo en Roma, y los comentarios al respecto fueron incorporados en el boceto final. El nuevo Consejo General, elegido en el Capítulo General de 2001, estampó el documento final para después presentarlo a la Santa Sede para su aprobación. Esta fue recibido el 11 de abril 2003.
La Regla de la Tercera Orden se centra en la misión del laico carmelita, la cual está enraizada en el Bautismo y a través del cual cada cristiano participa del común sacerdocio de Cristo, de la dignidad real y del ministerio profético. El laico ejercita estas funciones tomando parte en la vida de la Iglesia y extendiendo los beneficios de la liturgia en la vida diaria. Con esto contribuye a la santificación del mundo.
La fecha de publicación, 16 de julio 2003 y de su de entrada en vigor, 8 diciembre 2003, han sido elegidas para resaltar la presencia de Nuestra Bendita Señora en la vida carmelita. María es Madre y Hermana de todos los Carmelitas, los consagrados en la vida religiosa y los que viven su propia vocación como laicos. Nuestra Señora del Monte Carmelo nos enseña a todos a discernir los acontecimientos y hacer presente a Dios en el trabajo de nuestro mundo a fin de que, con Ella, podamos glorificar a Dios con nuestra vida.
Los laicos carmelitas y su compromiso con la justicia y la paz
La solidaridad de Jesús con los excluidos de su tiempo, expresada a través de su palabra y la totalidad de su vida y actuación culminada en la cruz, nos permite reconocer su presencia viva en los excluidos de hoy. Puesto que en el «varón de dolores, despreciado y desestimado, que soportó nuestros sufrimientos, herido de Dios y humillado», es decir, en el siervo de Yahvé de que nos habla el profeta (cf. Is 52, 13-53, 12), los primeros cristianos vieron una descripción anticipada del crucificado (cf. Hch 8, 32; 1 Pe 2, 21-25. 3, 18), también nosotros estamos hoy autorizados a ver en el rostro de todos los excluidos, también despreciados y desestimados, el rostro del mismo Jesús y, a la luz de Mt 25,31- 45, considerar que lo que hagamos por cualquiera de ellos lo estamos haciendo por el mismo Jesús.
En realidad, la afirmación del Dios cristiano se expresa de forma decisiva a través del compromiso, con la causa de los excluidos. Aquí se encuentra una profunda motivación teológica de este compromiso en favor de la JUSTICIA y la PAZ. El núcleo del mensaje de Jesús fue la proclamación de la llegada inminente del reinado de Dios como Buena Noticia de salvación para los pobres y pecadores, entre los cuales se cuentan los rigurosamente excluidos y marginados.
El Reino de Dios que Jesús anuncia está esencial y prioritariamente vinculado a los pobres y excluidos. En su bienaventuranza y liberación, que incluye la superación de su exclusión, se juega la presencia del Reino y el destino de Dios mismo encarnado, es decir, la causa de Jesús en la historia. Con ellos, que son los destinatarios preferentes de su Reino, se identifica Jesús, cualquiera que sea su situación moral subjetiva o su disposición espiritual, y por eso en ellos percibimos, a la luz de la fe, su presencia continuada entre nosotros.
Por eso, cuando en la Región Ibérica Carmelita sentimos la necesidad de hacer surgir una ONG Carmelita, y así poder entrar en el foro desde donde hoy se puede hablar de Defensa de Derechos Humanos y esa «Voz» ser escuchada, nació «KARIT, Solidarios por la Paz», como instrumento de lucha por la justicia y por el Reino de Dios. También para que los jóvenes de los grupos Jucar y otros laicos colaboradores y voluntarios, afines a nuestra espiritualidad, encontraran un cauce para desarrollar sus inquietudes solidarias y el deseo de colaborar en la creación de un mundo más justo y más fraterno.
En los Fines de la Asociación aparece claramente que, los objetivos que perseguimos son un modo de entender hoy nuestro compromiso profético, como carmelitas. Apoyados en esos principios de «Solidaridad» y defensa de la «Justicia y la Paz», síntesis de la vida de Jesucristo y del mensaje que nos transmite su Evangélico.