“Por Ti dejé a los míos Jesús mío, a tu Cruz me abracé por Ti
y por ellos sufrir yo quiero, para que ellos gocen
quiero inmolarme, ir a Ti con ellos”
(De su recordatorio de la
Profesión de Votos Temporales)
Queridas Hermanas:
Os comunicamos que el 14 de Febrero, fiesta de los Santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa, desde la Comunidad de Tales (Castellón), el Señor llamó a nuestra Hermana
ANGELINA ANDRÉS ANDRÉS
Hija de Rafael y Mª Ángeles, nació un 4 de Abril de 1928 en Bentarique (Almería). Fueron cinco hermanos, siendo ella la mayor. Fue bautizada, con el nombre de Ana María Dolores, el 9 de Mayo de 1928, por D. Eduardo Romero Cortés, párroco por aquel entonces de “La Asunción de Nuestra Señora”, iglesia parroquial del mismo pueblo donde nació nuestra hermana.
Comienza su postulantado en Casa Madre (Orihuela) el 17 de Marzo de 1956 y, en el mismo lugar, el noviciado, el 23 de Octubre 1956. También en Casa Madre profesa un 29 de Octubre de 1957 y el 31 de Agosto de 1963 hace sus votos perpetuos. Sus Bodas de Plata las celebró en Nápoles el 29 de Octubre de 1983.
Ella misma nos relata su experiencia de la Congregación: “Cuando conocí a nuestra congregación, Dios me hizo ver con claridad, que éste era mi sitio. He vivido periodos de gran alegría, descubriendo poco a poco nuestro carisma y forma de vida en la iglesia. Mi primera profesión fue para mí definitiva y me sentí tan gozosa y segura en los brazos de nuestra Santísima Madre, que nada ni nadie (S. Pablo), me ha podido separar del amor de mi Señor Jesucristo”.
Durante toda su vida, hasta que la enfermedad se lo impidió, estuvo al servicio de los enfermos y ancianos, tanto en España: en la Residencia que se tenía en Madrid, con ancianas, a la que llegó como primer destino, Clínica de Tolosa (Guipúzcoa) y el Hospital de Orihuela-Casa Madre; como en Italia: Grotaferrata, Nápoles y Portici. Ya enferma, fue trasladada a la comunidad de Tales (Castellón), donde estuvo dedicada, mientras pudo, a realizar diversas tareas (era muy trabajadora y habilidadosa, sabiendo hacer “un poco de todo”), entre ellas, labores para Misiones, siempre sin dejar de sonreír, una de las características por la que era valorada y recordada.
Por su forma de ser, se hacía de querer: humilde, prudente, cercana, acogedora, generosa, sensible, servicial; abierta a los cambios de los tiempos y con una curiosidad innata que la hacía estar en continuo aprendizaje, lo que le ayudaba a su creatividad, que ponía en práctica, por ejemplo, montando belenes. Atenta a todas las Hermanas y a los Padres Carmelitas, especialmente en Nápoles y Portici, ellos la consideraban una auténtica madre.
Toda su vida fue una entrega constante a Dios, y su amor a la Congregación y a la Virgen se hacía palpable en múltiples detalles. Ella misma los sintetizaba de esta forma: “El Señor me ha escogido a mí porque soy débil, porque de otra manera me hubiera perdido. Sí, en su infinito amor me ha preservado y separado de las demás cosas para así tenerme a su lado. Señor, ya sabes, te necesito para poder seguir adelante, ayúdame a que te sirva con alegría y amor”. “María, enséñame tú cómo tengo que amar, enséñame a escuchar su palabra, Tú que eres maestra de oración, indícame mi postura, mi actitud, dame tu sencillez, tu simplicidad, tu amor…”
Fue muy querida y recordada en los lugares de Italia por donde pasó. Cuando se enteraron de su fallecimiento, las muestras de cariño han sido muchas, de las que recogo un par de ejemplos, que resumen todos los demás:
- “Lo siento mucho. He perdido a una persona muy querida, pero la llevaré siempre en mi corazón”…
- “La llevaremos siempre en nuestro corazón”.
- “Siempre la recordaré como una hermana que consumó su vida en el amor y el servicio a los hermanos, cuyo símbolo era el anillo que lucía en su dedo”.
Poseía una gran libertad interior, y decía lo que pensaba, con una gran autoridad moral, tanto es así, que era considerada, por alguna Hermana, como una verdadera “hermana”, “maestra de vida”, y “madre”.
Que su ejemplo callado, “sin hacer ruído”, pero lleno de vida interior y servicio desinteresado nos ayude a ser sensibles a lo pequeño y escondido que nos rodea, para poder ver las maravillas de Dios (cfr. Lc 10, 21; Mt 11,25).