Hna. Carmen Ferrández Sala

Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
se las has revelado a la gente sencilla;
sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien
(Mt 11, 25-26, del Evangelio de su misa–funeral)

 

Queridas Hermanas:

Os comunicamos que el 6 de Agosto, solemnindad de la Transfiguración del Señor, desde la Comunidad de Casa Madre, en Orihuela (Alicante), Dios Padre llamó a nuestra Hermana

CARMEN FERRÁNDEZ SALA

Nacida en Benejúzar (Alicante), el 22 de Septiembre del año 1926, era hija de Manuel y Vicenta. Fueron 6 hermanos, siendo Carmen, la penúltima. Fue bautizada en la parroquia de Ntra. Señora del Rosario de su pueblo natal, el 23 de Septiembre de 1926, con el nombre de María del Carmen y confirmada el 21 de Abril de 1930, en la misma parroquia.

Comienza su postulantado en Orihuela (Alicante), el 7 de Enero del año 1963 y en el mismo lugar empieza su noviciado, el 10 de Octubre de 1963. También allí profesa un 12 de Octubre de 1964 y hace sus votos perpetuos el 12 de Octubre de 1968: sus Bodas de Plata las celebrará en Granada, el 12 de Octubre de 1989.

Auxiliar de clínica, su vida estuvo dedicada a los enfermos, por los que sentía una especial dedicación, tanto en el Sanatorio de la Purísima, en Granada, como en la Residencia de San Juan (Alicante). Desde 1985 hasta 1992 atendió a las Hermanas enfermas de Orihuela, Casa Madre, pasando después, como fundadora, a la Comunidad de la Casa Sacerdotal, en Alicante. Ya enferma, volvió a la Casa Madre donde atendía a la portería mientras su salud se lo permitió.

Nuestra Hermana fue una carmelita con un profundo talante humano y religioso. Mujer de fe, fundamentada en Dios, enamorada de Jesucristo y entregada a la misión que se le confiara. Era humilde, sencilla, prudente y caritativa en extremo. Sabía agradar a las personas con las que convivía, especialmente las Hnas. mayores y enfermas, para las que no escatimaba sacrificio alguno con tal de darles gusto hasta en los más mínimos detalles. Poseía un gran sentido del humor. Se podría decir de ella, perfectamente, que era una mujer de Dios, una contemplativa que miraba a los hermanos/as, más allá de lo que podemos ver a “·primera vista” y, con todos ellos, repartía, generosamente, el amor que ella recibía de su Señor.

Mujer, de una profunda espiritualidad, aunque callada a la hora de expresarla, nos ha dejado escritos que nos pueden ayudar a acercarnos a la profundidad de su relación con Dios:

  • “Por la profesión religiosa me consagro para una misión: vivir en comunión, no para instalarme y hacer mi vida…Cristo me exige una entrega total al servicio de mis hermanos”.
  • “Dios no se deja engañar. Mi vida tiene que ser signo de su presencia; luchar para no caer en la rutina y buscar en esa presencia aceptar el proyecto de Dios en la oración, a diario, convencida de que mi vida cambiará”.
  • Ser portadora de perdón. El odio mata y amarga a las personas. Es hermoso ofrecer perdón. Cristo ama a Zaqueo y me ama a mí. No se puede anunciar la Buena Nueva si endurecemos el corazón. Él nos quiere libres y valientes”.
  • “Cómo trata Jesús a Zaqueo, a la pecadora, a la adúltera: con amor. Yo no tengo que dejarme llevar de la antipatía; eso no es amor; no tengo que ser dura porque demuestro el pecado que llevo dentro”.
  • “Me encuentro con Jesús en la oración, Él es mi vida. Sin leer la Palabra de Dios, no tiene sentido mi vida; sin este diálogo día a día con Dios, aunque me cueste levantarme. En la oración me encuentro con Jesús, con el Padre, con el Espíritu, con María, San José y San Elías. Saber buscar lo que quiere Dios, lo que hay que hacer, y confrontar mi vida con la de Jesús”.
  • “Señor, tengo que saber callar, ser portadora de paz, quitarle importancia a las cosas, no hacer comentarios faltando a la caridad, respetando a los demás y aceptándolos. Llevar todo esto al examen”

Ya muy enferma, en el lecho del dolor donde pasó los últimos años de su vida, una Hermana que solía pasar ratos con ella nos relata este testimonio: “Tres días antes de morir me dijo repitiéndolo dos o tres veces: “llévame, llévame”, y como le dije que dónde, ella me respondió:“!a la gloria!”

Unidas en el Carmelo y dando gracias a Dios por Hermanas que nos dan un ejemplo de vida tan edificante,