Hna. Juana Millán Ruíz

Señor, aquí está mi cuerpo, quiero gastarme y desgastarme por Ti
(Jaculatoria de nuestra Hermana)

 

Queridas Hermanas:

Os comunicamos que el 2 de Mayo, desde la Comunidad de la Residencia de San Juan, en Alicante, Dios Padre llamó a nuestra Hermana

JUANA MILLÁN RUÍZ

Hija de Juan y Teresa, nació en Larva (Jaén) un 25 de Abril de 1934. Fueron 6 hermanos, siendo ella la segunda. Fue bautizada en la parroquia de Ntra. Sra. de la Expectación, en Cabra del Santo Cristo, cercano a su pueblo de nacimiento, el 11 de Junio de 1934, con el nombre de Casimira y confirmada el 30 de Octubre de 1955, en Orihuela, por el obispo de Ciudad Rodrigo, D. José Bascuñana López, hijo de Orihuela.

Comienza su postulantado en Orihuela, Casa Madre, el 30 de Mayo de 1955 y, en el mismo lugar, el noviciado, el 20 de Diciembre de 1955. También en Casa Madre profesa un 30 de Diciembre de 1956 y el 25 de Septiembre de 1962 hace sus votos perpetuos. Sus Bodas de Plata las celebró en Orihuela, en Casa Madre, el 3 de Enero de 1982.

El P. Antonio Riquelme Martínez, coadjutor de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de Elche (Alicante), dice de ella: “ …tiene indicios de verdadera vocación religiosa, llevando en la actualidad una vida altamente religiosa y espiritual”. Corría el año 1955 cuando lo escribió, el mismo en el que ingresó nuestra Hermana en la Congregación y, desde entonces, estas características de “vida religiosa” y “espiritual” la acompañaron a lo largo de toda su vida, haciendo que “altamente” se hiciera una realidad día tras día en todo el tiempo que estuvo entre nosotras. Ella misma, al recordar sus inicios, escribe de forma manuscrita: “Entré con mucha ilusión en la vida religiosa; cuando tuve el hábito sentí una gran alegría que yo no puedo explicar, me sentía esposa del Señor para siempre y así se lo pedí a Él aquel día”.

Persona bondadosa, entregada, orante, atenta, mujer de pequeños detalles, que la engrandecían como persona, supo hacer de su vida y servicio, como ella misma decía, un ofrecimiento de sus “energías” y de su “tiempo” para los demás, haciéndolo oración, en una sencilla jaculatoria: “Señor, aquí está mi cuerpo, quiero gastarme y desgastarme por Ti”. Y así lo hizo, destilando su “buen saber y hacer”, especialmente en la cocina (que le encantaba y se le notaba que la vivía con pasión y mucha dedicación) y la costura. A ello se entregó en los lugares en los que estuvo: Seminario de Tiana (Barcelona) y en el de Orihuela (Alicante); en la Clínica Platón (Barcelona), en Casa Madre (Orihuela), en Valencia, en Murcia, en la Casa de Acogida y, ya en S. Juan (Alicante), jubilada y enferma, donde fue llamada por el Padre para estar más cerca de Él.

Mostraba gran sensibilidad con las personas necesitadas y más de una vez lo expresaba con un sentimiento hondo de preocupación y pesar: “Ahora tengo sed de hacer lo de la olla económica, como nuestra M. Elisea que quería llenar los estómagos de los pobres”. Y en otro lugar: “El otro día estábamos en Alicante y se acercaron dos personas pidiendo y se me partía el corazón, estaba para morirme”.

Tenía un cariño especial a los sacerdotes, ya desde sus inicios, y ella misma lo escribe de forma manuscrita: “…deseaba un día trabajar por los sacerdotes y cuando profesé me mandaron a un seminario, allí disfrutaba trabajando en esa vida escondida por los sacerdotes” y también por las Hermanas que venían de misiones, a las que siempre les decía que qué querían que les preparara para comer. Una de ellas me contaba que en pleno Agosto, en un Orihuela de calor sofocante, hizo “migas” (comida de invierno), porque al preguntarle lo que quería le dijo esa comida, sin esperar que lo hiciera realidad.

A pesar de su enfermedad de demencia avanzada, su actitud de agradecimiento y atención a las Hermanas y a quien se le acercaba era de una alegría que no se apagaba, siempre tenía palabras de ánimo cuando le preguntaban cómo se encontraba y solía contestar con un: “gracias, guapa”. En las reuniones comunitarias ella prestaba mucha atención, a pesar de su limitación, y normalmente siempre decía: “muy bien, tenemos que ser buenas”.

Horas antes de fallecer, se durmió escuchando el rezo del Santo Rosario, oración que en el hospital, le ayudaba a “olvidarse” de sus dolores en la rodilla operada. A partir de ese momento ya no volvió a despertar, esa fue la última oración que escuchó consciente, y que la preparó para el encuentro definitivo con su Señor.

Mujer trabajadora, abnegada y siempre con ganas de servir a los demás, ya enferma, con muchas molestias en las piernas y en los brazos, además de estar delicada del corazón, escribía en una carta: “…yo quisiera tener mil vidas para hacer lo que no quiere nadie, pero me faltan las fuerzas…” (23 de Febrero de 1995). Inmejorable epitafio para nuestra Hermana que supo ser del Señor, para los demás.