Hna. Mª del Carmen Luna Hernández

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Anunciaré tu fidelidad por todas las edades
(Cfr. Sal. 88)

Queridas Hermanas:

Os comunicamos que el 7 de Abril, desde la Comunidad del Hogar Carmelitano de Puerto Rico, pasó a reunirse con el Padre para celebrar con Él la alegría de la Pascua, nuestra Hermana

Mª DEL CARMEN LUNA HERNÁNDEZ

Nació en Barranquitas (Puerto Rico), el día 13 de Agosto del año 1933. Hija de Baudilio y Cruz. Fueron 6 hermanos, siendo nuestra hermana la cuarta. Fue bautizada en la Parroquia de San Antonio de Padua, en Barranquitas, diócesis de Ponce, el 29 de Septiembre del 1934, con el nombre de Alida Mercedes y confirmada en el mismo lugar, en el año 1937.

Desde pequeña vivía en un ambiente religioso, y cuando sintió que el Señor la llamaba para ser carmelita, el párroco de San Antonio de Padua, su parroquia, escribió: “…conozco a Alida Luna. Ella estudia su High School en la Academia Católica de Barranquitas. Es una magnífica joven, de buenas costumbres. Confiesa y comulga frecuentemente. Alida desea ser religiosa. Todo indica que será una buena sierva del Señor…” Y desde luego que no se equivocó.

Comienza su postulantado en la Clínica Juliá, en San Juan de Puerto Rico, el 13 de Junio de 1952 y el noviciado lo inicia en Orihuela (Alicante) el 15 de Agosto de 1953. En el mismo lugar hace su primera profesión el 19 de Agosto de 1954. La Profesión Perpetua la realiza el 15 de Agosto de 1960, en la parroquia de Santa Teresita, en Santurce (Puerto Rico). Sus Bodas de Plata (19 de Agosto de 1985) y de Oro (19 de Noviembre de 2004) las celebra en el Hogar Carmelitano, en San Juan de Puerto Rico.    

Enfermera de profesión, su recorrido por la Congregación fue largo y produjo muchos frutos. Primero en España, en la Clínica Platón en Barcelona; después en Puerto Rico, donde pasó el resto de su vida: Clínica Juliá, atendiendo enfermos mentales; Hogar Carmelitano, con ancianos; Maestra de Novicias y miembro de la comunidad formadora en Barrio Dulce-Caimito, donde también visitaba enfermos; enfermera en el Colegio “Ntra. Sra. del Carmen”… como ella misma decía, el apostolado que más le atraía era el “cuidado de enfermos y la visita a personas que viven solas y son ancianos” y así lo intentaba hacer por donde pasaba.

Toda la vida de nuestra Hermana estuvo enmarcada en el silencio, la humildad, la fraternidad,  la contemplación y la obediencia y muchos son los testimonios que nos regaló:

Era contemplativa, enamorada del Señor, muy fiel a su vida de oración y litúrgica. Aun estando enferma nunca olvidó esta dimensión. Se levantaba muy temprano y se iba a la capilla a orar. Podía permanecer horas mirando al sagrario, sin cansarse, y apenas parpadear. Le preguntábamos: “Carmen, ¿qué le dices al Señor?” Y respondía con señas y como podía: “Que lo amo”. 

Su humildad y obediencia eran patentes en todo. No se exaltaba, aceptaba con paz los acontecimientos y los cambios y responsabilidades que se le pedían con total abandono en Dios… sin olvidar el sentido del humor que la caracterizaba, porque con una sonrisa y un chiste hacía olvidar un mal momento.

Sentía gran celo por vivir la fraternidad. Sus detalles para todas eran constantes, estaba pendiente a la más mínima necesidad para ir a ayudar. Se preocupaba por todas. Su familia era para ella algo muy especial. Recitaba los nombres de todos sus hermanos, sin olvidar ninguno y consideraba a su hermano Ángel, su “ángel” de verdad. Le daban una inmensa alegría sus visitas y la llenaban de consuelo.

Nuestra Hermana, en el año 1994 sufrió una grave enfermedad, de la cual fue curada milagrosamente. Al final de su vida y en su último recorrido fue probada con otra que le fue borrando paulatinamente sus recuerdos, su memoria. Poco a poco fue olvidando nombres, recuerdos,… TODO. Pero una cosa descubrimos: Aunque no podía nombrar personas ni cosas, ni recordar, SU CORAZÓN AMABA y reconocía a las hermanas, familiares y amigos por el amor que experimentaba. El amor despertaba su corazón. APRENDIÓ A IDENTIFICAR CON EL CORAZÓN y lo expresaba por la alegría, el regocijo y las muestras de cariño. Se le veía sufrir cuando no podía expresarse, pero nunca perdió la paz y la mansedumbre que la caracterizaba. A pesar de todo, y de vez en cuando, recordaba algunas cosas que tocaban profundas experiencias que había vivido. Un día que visitamos la comunidad de Caimito, ella entró y dijo: “Llegué a casita”.

Termino con unas palabras de la propia Hermana, expresadas en el año 2015, en un momento de claridad durante un compartir la Palabra: “Yo experimento muchas veces que Jesús no me dice nada, no lo siento. Entonces me inquieto, pero Jesús me dice: “No te preocupes, estás donde tienes que estar y Yo estoy contigo”. Entonces me siento tranquila”. Que su testimonio, hecho palabra, nos ayude en los momentos de mayor oscuridad.