Hna. Magdalena Palomares Villarreal

“Entonces decía a todos:  Si alguno quiere venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.
(Lucas 9:23)

Queridas Hermanas:

Con la seguridad de que ya su alma está cerca de Dios gozando de Su Presencia, ella que hizo vida esta invitación de Jesús en su propia carne, os comunicamos que el pasado 10 de septiembre de 2020, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Casa Madre, Orihuela (Alicante), Dios Padre llamó a nuestra Hermana,

Mª Magdalena Palomares Villarreal
En religión, Gumersinda

Nacida en Nava de Roa (Burgos), el 22 de julio de 1930, era hija de Liborio y Gumersinda de cuyo matrimonio nacieron ocho hijos, siendo nuestra Hermana la sexta de ellos.  Fue bautizada unas semanas después, el 12 de agosto de 1930, en la Iglesia Parroquial de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el 28 de abril de 1937, en la misma Parroquia.

Comienza su postulantado el 13 de enero del 1952 en Orihuela, donde también inicia el noviciado el 30 de octubre del mismo año, y profesa el 31 de octubre de 1953. En el mismo lugar, hace sus votos perpetuos el 10 de enero de 1960.

Auxiliar de Clínica, gran parte de su vida estuvo dedicada a los enfermos, aunque también atendió en algún período a los ancianos en algunas residencias. Ejerció su misión en las clínicas tanto en el quirófano, como en consultas, en salas de Rayos X y en la farmacia. Pasó haciendo el bien en las Comunidades de Orihuela (Alicante), Tolosa (Guipúzcoa), Tarrasa (Barcelona), San Sebastián, Barcelona, Badajoz, San Juan (Alicante), Casa Madre, Orihuela (Alicante). Últimamente, ya jubilada en Casa Madre, mientras su salud se lo permitió, siguió ayudando en la atención a las Hermanas mayores de la comunidad. Aquí permaneció desde el año 2006 hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo.

Hna. Magdalena fue un alma de oración, muy espiritual, muy de Dios, pasaba largas horas en la capilla, tanto en su época de actividad como en la que ya su salud se lo iba permitiendo, cada vez menos. En su juventud era muy austera consigo misma. Siempre que hacia retiro, ese día ayunaba todo el día; fue muy exigente para ella misma y muy servicial para los demás. En los tiempos litúrgicos fuertes (Cuaresma, Adviento) intentaba esforzarse, marcándose objetivos y cumpliéndolos. Además, animaba a que las demás también lo hicieran.

Tuvo un buen maestro, Don Diego, quien la ayudó espiritualmente durante largos años de su vida y del cual ella conservaba un agradecido recuerdo. Vivió los tres votos a la perfección. En su vivir era una persona siempre obediente y sumisa aunque pareciera lo contrario y jamás mostró actitud de rebeldía hacia un superior.

Sabía estar con la gente y ganársela. Tuvo muy buena relación con los médicos con los que trabajó y la querían mucho. Fue ejemplo muy grande de entrega y dedicación en el trabajo, por su constancia y por el trato que tenía ella con los demás y los demás con ella, tanto trabajadores como enfermos. De carácter más bien fuerte, algunas veces no era aceptada por otras personas. Su modo de ser,  más bien seco, fue motivo de incomprensiones que le hicieron sufrir, pero nunca se quejó ni criticó a la persona que la hacía  sufrir; descubrió siempre la mano amorosa del Padre que quería aquello para ella. Cuando la ocasión lo meritaba, perdía y lo admitía; sufría y sabía perder. Sabía que era criticada pero lo supo llevar con mucha elegancia. Sabía poner paz cuando la situación lo requería.

Cuando la Hna. sentía afecto por alguien, la quería verdadera y profundamente y no daba motivo de duda. Respetaba mucho a las personas aunque no pensaran igual que ella pues era consciente de que todos somos diferentes

Persona veraz, sin doblez, era más bien seria al hablar y en el trato, pero tenía sentido del humor, le gustaba la fiesta y estaba llena de amor y dulzura. En su persona se compaginaba muy bien la tenacidad con la bondad y ternura. Era una mujer cercana al pueblo. Además le gustaban las fiestas. Una anécdota en los festejos de la ciudad donde estuvo largos años de su vida: Cuentan que tiraba cohetes desde el balcón de la clínica donde trabajaba, en Tolosa.

No era persona de “aparentar” sino veraz. Lo que hacía lo hacía de corazón y en conciencia. De convicciones profundas, no vacilaba; era noble, leal, consecuente con su vocación y no regateaba nada al Señor. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne” (Cf. 1 Pedro 4:1), también ella, a semejanza de Cristo, ha padecido el flagelo del azote de las llagas en su propia carne, durante sus largos años de enfermedad, que los llevó con santa resignación, elegancia, entereza y en silencio, sin dar quehacer a los demás.  A pesar de sufrir dolores atroces, no se quejaba, sino que sufría en silencio y aguantaba, aunque si, de cuando en cuando, dejaba entrever los dolores tan fuertes que tenía por sus gemidos. Pese a todo, jamás se alteró ni se turbó su paz; hasta el último momento de su vida fue fiel a este acto de entrega e inmolación.

Se aferraba a la vida y hacía por sacar fuerzas de donde no tenía. Tanto es así, que hasta que las fuerzas se lo permitieron quiso valerse por sus propios medios. Como su salud lentamente iba empeorando ya tuvo que depender de los servicios de enfermería hasta sus últimos días.

Tenía estilo propio y las personas que la trataron de cerca tienen grandes e inolvidables recuerdos, que han dejado en ellas huellas positivas. Gentes cercanas a nuestra hermana podrían narrar momentos memorables vividos junto a ella y no cesan de dar gracias a Dios por haberla conocido, haber tenerla muy presentes en sus vidas y manifiestan el profundo dolor por la pérdida que ha producido su fallecimiento. Esta mujer de Dios que ha sido ejemplo de vida para muchas personas, va a ser difícil olvidarla.

Siempre será motivo de agradecimiento el regalo de vida que fue Hna. Magdalena, que sigue cuidándonos e intercediendo por nosotras desde el cielo.