Hna. Serafines Miñano López

 “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”  (Mt 5,8)

Queridas Hermanas:

Con la convicción profunda de que nuestra Hermana, que era tan limpia de alma, de corazón, de espíritu y de vida, ya está disfrutando de poder mirar a Dios cara a cara, le damos gracias por el gran regalo que nos hizo con su presencia en nuestra Congregación.

Josefa Miñano López
En religión: Serafines

Nuestro buen Padre Dios quiso llevársela desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Casa Madre (Orihuela), el día 7 de noviembre de 2019, primer jueves del mes, día de la Eucaristía, Sacramento de la Presencia Real de Dios entre los Suyos, a Quien ella tanto amaba y se aferraba fuerte y confiadamente en los momentos más duros y dolorosos de su vida y misión.

Nació en Ricote (Murcia), el 1 de febrero de 1930; hija de Joaquin y Pura, de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos, siendo nuestra Hermana la séptima de ellos. Fue bautizada el 7 de febrero del mismo mes y año, en la Iglesia Parroquial de San Sebastián de su pueblo natal, y confirmada en Orihuela en enero de 1947.

Comenzó su postulantado en Valencia, día de Ntra. Sma. Madre del Carmen, el 16 de julio del 1946; el noviciado lo inició el 6 de enero de 1947 en Orihuela, donde también profesó el 12 de enero de 1948; hizo sus votos perpetuos el 4 de noviembre de 1954 en Hato Rey (Puerto Rico) donde también celebró sus Bodas de Plata el 4 de febrero del año 1973; las Bodas de Oro las celebró el 11 de julio de 1998 en Orihuela.

Amaba profundamente a nuestra Congregación, y a todas las personas de los lugares por donde pasó, ejerciendo su misión a través de las comunidades de Barcelona (Clínica Platón), Puerto Rico (Clínica Dr. M. Juliá), Timor Leste (Bobonaro), Residencia de San Juan (Alicante), Salamanca, Colegios de Socuéllamos (C. Real) y Alicante.

En el año 2008 fue trasladada a Casa Madre (Orihuela), cuyo principal motivo fue el cuidado de su hermana Patricia a la sazón muy enferma.

Tras el fallecimiento de ésta,  continuó formando parte de la comunidad, donde ayudaba en la enfermería y en las  diversas tareas de la casa; le gustaba complacer realizando pequeños encargos, dedicándose a cuantas necesidades salían a su paso.

Fue operada de corazón, y, aunque se repuso, aumentaron sus limitaciones físicas.

En estos últimos meses en que su visión estaba prácticamente reducida y se fatigaba fácilmente al caminar, estaba en plena paz y resignación. Jamás se alteró ni se quejaba, aunque si, de cuando en cuando, dejaba entrever su falta de aliento.

Profundamente enamorada de Dios, vivía en íntima unión con Él en su vida y misión cotidianas. Reconocía que tenía una salud frágil, pero la pidió con mucho fervor a Dios, para poder trabajar por la Congregación, gracia que obtuvo a través de Hna. Arcángela. Agradecida a este don, lo vivió con mucho realismo y normalidad. Durante los meses de guerra, que tuvieron que refugiarse en las montañas de Bobonaro (Timor),  para evitar los bombardeos, cuando no se sentía con fuerzas de tener que volver a subir la montaña, no bajaba a nuestra casa con las otras Hermanas de la Comunidad; se quedaba sufriendo horrores ante el temor de lo que pudiera pasarles a éstas hasta que regresaran.

Testimonió que no tenía vocación para cuidar enfermos, pero “la Virgen, mi Madre, me hizo este regalo”  expresaba ella. De tal  manera que recibió “una gracia especial para curar a los enfermos”, careciendo, incluso, de medios adecuados durante sus veinte años vividos en la misión de Bobonaro. Se gastó y se entregó totalmente a las personas que necesitaban que les tendiera su mano, pues era muy sensible y no podía ver a la gente sufrir. En 1994, cuando salió de Timor, muy agotada, ella lo expresó así: “ya son 10 meses que me he sentido sin aliento para hacer la menor cosa; esto no me vino de repente … Llevaba mucho tiempo gastando las reservas. En fin, son los caminos de Dios y quiero gozar de su querer sin preocuparme ni dejarme llevar por mis sentimientos. Quiero vivir el momento presente y ayudar en todo lo que pueda a los demás. No interesa el lugar”. Veía la mano de Dios en todo y lo transmitia a través de toda su persona: su «postura» durante el día y durante los ratos de oración y su plena confianza en el Señor. En numerosas ocasiones, y a lo largo del día, elevaba jaculatorias al Señor desde lo más hondo de su corazón enamorado. Con un suspiro se la oía decir ¡Ay, Jesús mío, cuánto te quiero!, ¡Corazón de Jesús, en vos confío! … Mujer agradecida que iba cantando las maravillas hechas por Dios en su vida. “Conocí a Madre Josefa Albert, quien me acogió desde mi infancia. Todavia recuerdo con emoción cuando me despidió para mí primer traslado a Barcelona: “Hija, que tu corazón sea todo y siempre de Dios”, me dijo. Ya no la volví a ver más.”

Muy humana y sensible, vivió la muerte de Hna. Consuelo como un despojo espiritual: “El Señor me ha despojado de Consuelo, ¡Paciencia! ¡Bendito sea!”

Fue una religiosa bendecida con la gracia de Dios, llena de alegría que transmitía naturalmente; por su forma de ser tan dulce. Se hacía de querer: era amable, cercana a todos y con todos, sencilla, humilde, respetuosa, con gran ternura y compasión … y muchos más dones que sería difícil poder recoger con palabras.

Participar de la celebración de la Eucaristía era el momento cumbre del día, ¡cómo gozaba con cada palabra, gesto, canción de la liturgia! ¡Con qué amor y agradecimiento  tan grande comulgaba, y con cuánta unción recibía la bendición final!

Fue muy querida y recordada en todos los lugares por donde pasó. En todos ellos dejó una huella muy especial de la bondad de Dios. Desde allí nos han llegado muestras de cariño con mensajes de dolor por su partida y de seguridad en que ella es un «ángel», que va a interceder por todos (sacerdotes, hermanas, familia, amistades …).

¡Gracias, Hna. Serafines! por transmitirnos, a través de tu humilde persona, la inmensidad del Amor de Dios hacia todos! Siempre unidas en Él.