Hna. Adelina Verdejo Mora

Señor, si mis huesos se deshacen, Tú me sostendrás,

confío en ti, Señor te amo

(frase extraída de uno de sus manuscritos sin fecha)

 

 

Queridas Hermanas:

 

Con sus palabras escritas en un sobre hallado junto a sus pertenencias, empiezo esta necrología de nuestra Hermana,

 

María Catalina Verdejo Mora

En religión: Adelina

 

Que nuestro Padre Dios quiso llevarse con Él, el día 12 de septiembre del presente año 2023, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Orihuela, Casa Madre.

Nació en El Bonillo (Albacete), el 27 de enero de 1940, era hija de José y Ana Josefa, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos, siendo nuestra Hermanas la tercera de ellos. Fue bautizada unos días después, el 4 de febrero de 1940, en la Iglesia Parroquial de Santa Catalina de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el 9 de mayo de 1959, en la Parroquia “Nuestra Señora de la Paz” de Montalbán (Toledo).

Comenzó su postulantado en Orihuela el 10 de septiembre de 1959, donde también inició su noviciado el 19 de abril de 1960. En este mismo lugar profesa el 20 de abril de 1961 y hace sus votos perpetuos el 18 de septiembre de 1967. Las Bodas de Plata no las celebró, pero sí las Bodas de Oro en Murcia (Acogida) el 22 de noviembre de 2012.

Gran parte de su vida en la Congregación estuvo dedicada al cuidado de los enfermos, así también como al de los ancianos, los cuales compaginaba con el servicio a la comunidad donde se encontraba. Ejerció su apostolado en las Clínicas de Platón y Provenza (Barcelona) y en las Residencias de Ancianos de: Socuéllamos (Ciudad Real), Estremoz (Portugal), Aspe, El Bonillo, San Juan de Alicante y Caudete. Posteriormente pasó a la Comunidad de Murcia Acogida. Su último traslado fue a la Casa Madre de Orihuela en 2020; allí ha permanecido hasta que el Señor se la ha llevado consigo. En todos estos lugares fue un apóstol sin hacer ruido, testimoniando con su vida que vivía para Dios y para servir las personas que nuestro Buen Dios ponía en su vida.

Cuando llegó a Casa Madre, a pesar de las limitaciones físicas que le dificultaban el movimiento, ayudaba en la portería. Deseaba ser útil a la Comunidad y no quedarse inmóvil, por eso su interés de pasar y sufrir muchas y seguidas intervenciones quirúrgicas de sus huesos. En la última de ellas, la debilidad de su corazón no la ha podido superar.

Las muchas hermanas y personas que convivieron con ella, o que la conocieron la definen como una “persona de Dios”, de oración, paciente, siempre serena, llena de paz; era una Hermana que irradiaba y contagiaba paz y serenidad, frente a las contrariedades de la vida. Su deseo más profundo era ser de Jesús, que fuera Él el centro de su vida y así lo expresaba cada día. En varias ocasiones compartía que  “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rom.14,8), y así, aunque estaba sufriendo, no se alteraba su paz ni dejaba de sonreír; porque decía que sus sufrimientos no eran nada comparando con los de Jesús.

Era una enferma ejemplar, soportaba todo sin decir palabra. Algunos del personal médico que la atendían decían que era una santa, y que ojalá hubieran más enfermos como ella. Supo aceptar con resignación la voluntad del Padre, sin quejarse, sin querer dar trabajo. En su debilidad supo mostrar la fuerza de Dios en ella.

Años atrás, cuando aún estaba en plena actividad, era un testimonio de entrega generosa y sin ruido; no era persona de hablar mucho, pero su presencia acogedora, llena de atención y cariño, se hacía sentir. Ha sido, con su delicada atención, una hermana que se preocupaba de que a nadie le faltara de lo necesario. Procuraba que todas compartieran y sintieran el calor humano y acogedor de la vida comunitaria, como familia que somos. Su acogida y delicadeza la mostraba tanto para las Hermanas, como para los familiares que estaban de paso.

Hna. Adelina fue una buena religiosa, entregada, amante de nuestra Congregación y apasionada por nuestro Carisma. Era la mujer confidente y prudente; sencilla y natural, amaba la vida comunitaria, siempre amable y de buen grado en todo aquello que podía aportar. Era el apoyo de muchas Hermanas. Su vida era un ejemplo vivo de humildad, acogida y cercanía con todas, a la vez que respetuosa del espacio y ritmo de cada una de las Hermanas de la comunidad.

Su muerte fue la ratificación y confirmación de lo que fue su vida. Murió como había vivido: con paz y en silencio. Ha dejado mucho dolor por su muerte inesperada, pero nos quedamos con el grato recuerdo de esta buena Hermana que “pasó por esta vida haciendo el bien a todos”.

Demos gracias a Dios por el don de haber conocido y convivido con tantas Hermanas que, como ella, nos dan ejemplo de una vida muy entregada, agradecida y que dejan huellas intensas e imborrables. Hna. Adelina, desde la paz del lugar que el Señor te tenía reservado desde siempre en su Paraíso, intercede por todas nosotras que te hemos conocido y compartido parte de tu vida. ¡DEP!