Hna. Celina Lozano Ramírez

“Brille así vuestra luz ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y
den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”
(Mt 5,16)

Queridas Hermanas:

En la mañana del día 10 de febrero de 2021, víspera de la Fiesta de Ntra. Sra. de Lourdes, nuestro Buen Dios llamó a su presencia, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Casa Madre (Orihuela), a nuestra Hermana

Juana Flora Lozano Ramírez
En religión, Celina

Nacida en Abanilla (Murcia), el 3 de septiembre de 1929, hija de José y Catalina, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos, siendo nuestra Hermana la mayor de ellos. Fue bautizada unos días después, el 10 de septiembre, en la Iglesia Parroquial de San José de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el día 31 de marzo de 1955, en la misma Parroquia.

Ingresa como postulante el 3 de abril de 1956 y el 29 de octubre, del mismo año, empieza el noviciado. Su primera profesión la hizo el 29 de octubre de 1957, y la perpetua el 31 de agosto de 1963, ambas realizadas en Casa Madre. Las Bodas de Plata, las celebró el 29 de octubre de 1982, en Roma.

Hna. Celina, mujer más bien de carácter fuerte, entregada, trabajadora y muy responsable, pasó haciendo el bien por las diferentes comunidades donde vivió: Tarrasa (Barcelona), Nápoles y Roma (Italia), Socuéllamos (Ciudad Real), Murcia (Casa de Acogida) y Orihuela – Casa Madre, donde estuvo desde el año 2012, hasta que nuestro Creador se la llevó consigo.

Reservada, observante y muy empeñada en aprender bien todo lo nuevo que encontraba, hasta llegar a dominar el Italiano y ser una enfermera de alto rango, muy reconocida, querida y respetada por todo el personal sanitario, por los enfermos y sus familiares; tenía buena relación con todos los médicos, hasta con los más difíciles de trato. Todos la admiraban, la valoraban y confiaban en su buen hacer; era una enfermera delicada, cercana y segura de sí misma, tenía muy clara su misión. Amaba a los enfermos, a quienes servía con el gran amor que llevaba en su corazón. La gente la apreciaba mucho y demostraba su cariño y gratitud con los cuantiosos regalos que le ofrecían. Se han mantenido en contacto con ella hasta ahora, expresando a la Congregación cuánto han sentido que se ha ido ya con el Señor, recordando todo el bien recibido de nuestra hermana Celina.

Persona íntegra, muy capacitada y cumplidora de su deber; muy veraz, tajante y clara en sus expresiones. En su porte era alta, esbelta y con elegante presencia; de expresión seria, imponía respeto y se hacía respetar. Sus delicadezas, con las personas que la trataron, han dejado huellas imborrables. En su persona se compaginaba muy bien la rigidez con la bondad y ternura. Extraño y admirable contraste.

Durante sus años de total dedicación a la atención a los enfermos, que para ella eran Jesucristo en persona, nada, ni nadie, se interponía por medio. El testimonio de vida, que profundamente ha calado en el corazón de los enfermos y sus familiares, era su bondad, docilidad, cercanía y naturalidad en el trato con todos, sin acepción de personas. Trataba a un enfermo, trabajador del pueblo, con la misma solicitud que a un Monseñor del Vaticano, vestido de púrpura. No escatimaba ningún sacrificio, incluso los visitaba en sus domicilios, para asegurarse de que fueran bien asistidos y no les faltara de nada.

Muy amante de seguir puntualmente los actos comunitarios, que vivía con gran fervor. Altruista, callada e introvertida, aunque con un aparente porte arrogante. Se consideraba más práctica que creativa. Le gustaba ser ella misma, con un protagonismo que no se correspondía con la realidad de vivir después muy unidas, compartiendo sufrimientos y alegrías. Nunca creó problemas en la comunidad, a quien servía con agrado y en la que, en convivencia comunitaria, participaba de la alegría de estar juntas, aunque era de poco hablar.

La vida apostólica de Hna. Celina transcurrió en el campo del dolor humano, allí donde las personas experimentan el sufrimiento y donde es preciso ejercer el papel del “buen samaritano” para ser, como Jesús, compañía curativa y alentadora. Nuestra hermana estuvo acompañando a los enfermos durante largos años, hasta que la enfermedad la visitó también a ella, dejándola imposibilitada para continuar llevando a cabo este apostolado. Tras varias operaciones de cadera, con el fin de que pudiera seguir valiéndose por sí misma, la precariedad del estado de sus huesos la dejó definitivamente en una silla de ruedas.

En esta larga etapa de su vida, que, tras la última intervención quirúrgica en Murcia, pasó casi toda ella en Casa Madre, Hna. Celina correspondió con total fidelidad a la Gracia que el Señor le otorgaba, de hacer de su vida una total oblación. Durante estos años, vivió su SI a la voluntad de Dios con absoluta radicalidad y con gran serenidad. Nunca manifestó queja o inconformidad con su situación, más bien al contrario, mostraba una gran aceptación y, sobre todo, un continuo agradecimiento. Su acción de gracias era, en primer lugar, al Señor por todo: por su vida, por su vocación, por los años en que pudo estar ayudando a los enfermos y también a las personas, Hermanas y trabajadoras por los servicios que diariamente le prestaban … Pero, de una manera especial, daba gracias por encontrarse en Casa Madre y poder participar diariamente de la Eucaristía, lo cual vivió como un gran regalo.

Esta mujer de Dios, amable y educada, muy comedida en sus palabras y acciones, perdurará en la memoria y en el corazón de muchos, como referente de integridad, esfuerzo, humildad y superación.

Descanse en la paz de tu Señor, buena Hermana, e intercede por todas nosotras.