Hna. María Elena Sanz Pérez

“… ¡Heme aquí Señor! Un día ya lejano, pensaste en mí y me llamaste.
Desde lo que soy te respondí… aquí me tienes,
quiero ser instrumento fiel en tus manos
para ir sembrando tu amor por el mundo,
… llevar tu amor por los distintos caminos que me marcas.”
(Celebración Bodas de Plata, octubre 1990)

Queridas Hermanas:

Comenzamos esta necrología, con las palabras que manifiestan la gozosa experiencia que supuso la celebración de las Bodas de Plata de su consagración al Señor en la Congregación.

Desde la Comunidad “Santa Eufrasia”, Casa de Acogida en Murcia, en la noche del día 12 de julio de 2021, dentro de la Novena de Ntra. Santísima Madre del Carmen, Dios nuestro Padre, llamó a su presencia a nuestra Hermana

Elena Sanz Pérez
En religión, María Elena

Nacida en Villahermosa (Ciudad Real), el 29 de abril de 1940, fue hija de José y Patrocinio, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos, siendo nuestra Hermana la última de ellos. La bautizaron unos días después, el 8 de mayo, en la Iglesia Parroquial de Ntra. Señora de la Asunción de su pueblo natal y recibió la confirmación años más tarde, el día 14 de noviembre de 1946, en la misma Parroquia.

Ingresó como postulante el 23 de febrero de 1964 en Orihuela, donde también empezó su noviciado el 12 de octubre del mismo año, profesando el 14 de octubre de 1966. También allí hizo sus votos perpetuos el 29 de agosto de 1971 y celebró sus Bodas de Plata el 21 de octubre de 1990.

Maestra de primera enseñanza por vocación y profesión civil, la mayor parte de su vida estuvo dedicada a la educación primaria de los niños, a los que se entregaba con especial cariño y dedicación. Su labor la desempeñó, no sólo en los colegios de la Congregación: Alicante, Murcia, Orihuela (Alicante), Elda (Alicante), Socuéllamos (Ciudad Real), Sax (Alicante), sino también en los Centros públicos de Catral (Alicante) y Benidorm (Alicante). Esta tarea externa, la compaginó con otras obligaciones comunitarias que le fueron asignadas, como superiora y ecónoma de algunas de estas comunidades.

Hna. Elena ha sido una persona muy valiosa tanto en lo humano, como en lo religioso. Trabajadora incansable, pendiente siempre de servir, siempre la primera. Era muy Carmelita, muy cercana, muy acogedora y muy cariñosa. “¡Qué buena y fraterna Hermana!” “¡Qué buena compañera y apoyo en los campamentos!”, han expresado las hermanas, religiosos carmelitas y demás personas que han trabajado con ella. Se puede afirmar de nuestra Hermana que era una persona profundamente acogedora, detallista, cercana, afectuosa. Sabía mantener un trato de familiaridad, auténtico y genuino con todas las personas que la conocían y se relacionaban con ella. Muy responsable y entregada a la tarea encomendada. Puso el corazón en todo lo que hizo; vivió con pasión y compasión.

Mujer de paz, continuamente intentaba reconciliar, apaciguar, no daba por recibidas las ofensas. Muy comprensiva, respetuosa y empática, sabía ponerse en la situación de la persona que tenía delante. Nunca se le oyó hablar mal de nadie “En el tiempo que llevo trabajando aquí, decenas de años, Hna. Elena es de las que jamás habla de los demás, y si alguien empezara, ella sencillamente la mira, sonríe y se aleja”. ¡Qué testimonio más edificante!

Era verdaderamente una mujer de fe, veraz, que en profundidad supo vivir el desapego, la pobreza radical; tenía tan poco, necesitaba tan poco… pero con eso tenía suficiente y era feliz. Ha sido una religiosa centrada totalmente en Cristo, y Él la colmó de grandes dones. Era una gran contemplativa, viendo la presencia de Dios en todo cuanto le rodeaba, gran enamorada de Dios.

Fue Consejera Regional de la Vicaría de España-Portugal, encargada de Pastoral y también de la formación, a la vez Secretaria Regional durante tres trienios.

Hija de obediencia, aunque física y moralmente estaba desgastada, no supo decir “no” cuando se le pidió el servicio de Vicaria Regional. Esto la terminó de agotar y consumir; viéndose obligada a presentar su renuncia del cargo, al año de asumirlo. Persona madura y sensata, experimentó en su propia carne cómo en esta vida nadie está exento de tener que hacer frente a problemas inesperados y enfermedades.

Muy entregada, servicial y sacrificada, no se refugió en su enfermedad para tener su más que merecido descanso. Al contrario, demostró integridad, esfuerzo, humildad y espíritu de superación. A fuerza de valentía y tesón, salió adelante, y continuó pasando haciendo el bien por las comunidades de Madrid, Orihuela-Casa Madre, Orihuela-Colegio, Valencia y Murcia (Casa de Acogida) donde estuvo, hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo. Una heroicidad así, en la vida del día a día, no se improvisa, es fruto de una oración profunda, de su cercanía con su Señor. Era, en definitiva, una mujer de oración, una mujer de Dios.

Últimamente, cuando ya su salud estaba bastante deteriorada y dependía de la ayuda de las demás, sufría mucho, pero intentaba no molestar más de lo necesario y era muy agradecida a todo lo que le hacían. Muy humana, en ocasiones manifestaba que le costaba aceptar esa enfermedad; expresaba que era un calvario, pero que aceptaba la Santa Voluntad de Dios, se abandonaba a Su gracia y confiaba en Su ayuda. Estando tan frágil, pero a la vez con una fuerza de voluntad de hierro, se mantuvo en su estado como pudo, hasta los últimos días en los que pidió ayuda de más asistencia. Por ello se le concedió el traslado a Casa Madre, el cual no llegó a realizarse, porque su Señor la encontró con su lámpara encendida: la de la fe, la simplicidad, la entrega y su inconfundible sonrisa, y se la llevó en sus brazos amorosísimos de Padre.

Otro testimonio nos deja este dato más: “Días antes de fallecer, hablábamos del abandono en manos del Señor, confiando en su Divina Providencia. Fue un momento muy bonito de compartir”.

Ahora hna. Elena descansa en el Señor, su Esposo, y seguro va interceder por toda la Congregación y particularmente por cada una de las personas que se relacionaron con ella.