Hna. Isabel Marquina Herrero

“¡Ven esposa de Cristo!
Recibe la corona eterna, que el Señor te tiene preparada”.
(Antífona II Vísperas Común de Vírgenes)

Queridas Hermanas:

 En la tarde del día 4 de agosto de 2021, Fiesta de S. Juan Mª Vianney, el santo cura del pueblo; el Dueño de la vida llamó a su presencia, desde la Comunidad “Carmelo de la Divina Providencia” de Tales (Castellón), a nuestra Hermana

Emiliana Marquina Herrero
En religión Hna. Isabel

Nació en Villagarcía del Llano (Cuenca), el 6 de diciembre de 1929, hija de Francisco e Isabel, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos, siendo nuestra Hermana la última de ellos. Fue bautizada a los pocos días de haber nacido, en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol de su pueblo natal y confirmada el mes de mayo de 1935, en la misma Parroquia.

Ingresa como postulante el 16 de enero de 1954 en Orihuela, donde también empieza su noviciado el 19 de enero del año siguiente, profesando el 19 de enero de 1956. Sus Votos Perpetuos los pronuncia el 12 de septiembre de 1961 en Barcelona (Clínica Platón), lugar donde también celebra sus Bodas de Plata, el 19 de enero de 1981.

La mayor parte de su vida en la Congregación estuvo dedicada al cuidado de los enfermos y de los ancianos, servicio que compaginó con el de animadora, en algunas comunidades y ayudante en todo lo cotidiano, en otras. Es interesante su propio testimonio sobre su llamada a la vida religiosa y a realizar este apostolado. Acompañando a un familiar para una intervención quirúrgica, en la Clínica donde trabajaban nuestras Hermanas, testimonió “Cuando yo descubrí la paciencia y caridad que tenían con los enfermos, pensé: esto es lo que yo buscaba y fue el motivo para ingresar en la Congregación”

Hna. Isabel era la bondad y la dulzura personificada. Su trato era acogedor, afable y cariñoso. Su forma de ser, de estar y de comportarse muy delicada, fina y atenta. Estaba pendiente de las necesidades de las personas, no sólo de las Hermanas de la Comunidad, sino también de los vecinos, especialmente de los que percibía que estaban pasando por momentos de necesidad. Dios le dotó de esta “finura y capacidad de captar”, por eso siempre estaba disponible para aliviar la carga de los demás. Y por ello mismo era muy querida por todos los que la trataban.

Persona muy humana, buena religiosa y muy carmelita. Era una religiosa ejemplar, con gran capacidad para sufrir. Vivía y se desvivía por los demás, olvidándose de ella misma, quitando importancia a sus propias dolencias. Era una virtud que ya manifestaba desde su juventud: estando en la Clínica de San Sebastián, se cayó y se rompió tres costillas, pero no dijo nada y siguió su labor como si nada hubiera ocurrido, hasta pasado algunos días cuando ya se les inflamó, entonces que la Comunidad tuvo conocimiento de ello y recibió el tratamiento médico adecuado. Estando en Valencia, ya jubilada, manifestaba la misma actitud: si sus caídas no “dejaban rastros palpables o visibles” nadie se enteraba.

Ese espíritu de sacrificio callado era algo innato en ella; y así lo puso de manifiesto espontáneamente con sus propias palabras en el Recordatorio de sus Bodas de Plata, resumiendo el pasaje evangélico de Lucas 9,23-25: “Tú has dicho: … En la cruz está la verdadera vida”. Esta fue la vida que ella abrazó y vivió con gozo. Siempre disculpaba todo y no daba mayor importancia a los problemas cotidianos de convivencia. No criticaba ni hablaba mal de nadie a sus espaldas, y cuando algo le disgustaba, lo manifestaba con mucho aplomo y elegancia, sin herir, por eso, sus correcciones fraternas encontraban acogida sin ningún drama.

Discreta, educada, modesta y recatada, intentaba pasar desapercibida, aunque sí, como buena costurera, cuidaba mucho de su porte: siempre iba impecable y muy bien vestida.

Trabajadora incansable, muy entregada y sacrificada, pasó haciendo el bien por las diferentes comunidades donde vivió: Barcelona (Clínica Provenza), Tarrasa, Barcelona (Clínica Platón), San Sebastián, Casa Madre-Orihuela, Caudete (Albacete), Vélez Málaga y Tales (Castellón), donde estuvo, hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo.

Mujer de fe y oración, supo captar el paso de Dios por su vida, secundando Su Voluntad sobre ella. En los últimos años cuando ya estaba muy limitada pero aún se movía dentro de casa con la ayuda del andador, pasaba largos ratos en oración en la Capilla, saciando así su anhelo de dedicarse exclusivamente a la oración, cuando la salud y las fuerzas físicas ya no le permitieran realizar el apostolado activo. Ya postrada en el lecho del dolor, su anhelo y deseo de recibir al Señor diariamente era grande y manifestaba su ansia porque llegara la hermana que le llevaba la Comunión; la recibía con mucho ardor y reverencia. Era muy agradecida a la atención de las personas que la cuidaban y la visitaban; y cuando ya no podía hablar, después de cada asistencia, manifestaba su agradecimiento, juntando las manos en señal de que oraba por la persona que le estaba ayudando.

Estaba muy unida a su familia de sangre, que la iba a visitar con frecuencia, y, por su manera de ser, favorecía que ésta tuviera siempre un trato cercano con las Hermanas de su comunidad.

Mujer callada y sacrificada, durante los últimos años de su vida llevó sus limitaciones y su enfermedad con gran resignación y abandono en las manos de Dios. No quería dar trabajo a nadie y siempre manifestaba agradecimiento por todo lo que hacían por ella. Y así se fue apagando, con una actitud serena y apacible y así ha dejado este mundo cómo había vivido: con una gran paz.

Buena Hermana, desde el cielo sigue intercediendo por tus hermanas y tu amada Congregación.