Hna. Josefina Bordallo Díaz

El gozo es mi testigo; la paz mi presencia viva”
(Himno Ascensión del Señor)

Queridas Hermanas:

Con la convicción profunda de que ya su alma descansa en Dios, su Salvador, os comunicamos que el pasado 27 de mayo de 2022, desde la Comunidad de “Ntra. Sra. del Carmen”, en Casa Madre (Orihuela), Dios Padre llamó a nuestra Hermana,

Josefina Bordallo Díaz
En religión: María Gracia

Nacida en Villarreal (Castellón), el 27 de septiembre de 1933; hija de Miguel y Rosa, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos, siendo nuestra Hermana la mayor de ellos. Fue bautizada el 8 de octubre del mismo año, en la Iglesia Parroquial de Villarreal, y confirmada en la Iglesia Parroquial de Santa Catalina de Caudete el 10 de septiembre de 1941.

Comenzó su postulantado el día de Sta. Teresita del Niño Jesús, el 1 de octubre del 1960 en Orihuela; donde también inició el noviciado el 4 de abril de 1961 y profesó el 7 de abril de 1962; en este mismo lugar hizo sus votos perpetuos el 12 de octubre de 1968. Sus Bodas de Plata las celebró en mayo del año 1987 en Dili, Timor Leste.

Alma grande, profundamente enamorada de Dios, vivía en íntima unión con Él en su vida y misión cotidianas. Desde los comienzos de su vida religiosa, tenía bien claro que el Señor la llamaba a vivir una vida consagrada en plenitud. Y Dios, que no se deja ganar en generosidad, confirmó sus anhelos regalándole una muy cercana y profunda experiencia de Su presencia: “Los Ejercicios del año 1976, fueron para mí especiales, el Señor derramó todo su amor sobre mí y a partir de ahí, sentí una exigencia grande de vivir una vida consagrada más radical”.

Toda su vida, su porte, sus palabras y acciones, demostraban que era una religiosa de cuerpo entero. En su servicio como responsable de una Comunidad – y de la Delegación de Timor-Indonesia, durante varios años, demostró su gran talla, como mujer y como religiosa. Era muy dulce en su trato y su presencia trasmitía mucha seguridad y paz. Fue el gran apoyo de muchas Hermanas, tanto en sus primeros años de vida religiosa, como en sus años de presencia en tierra de misiones.

Se mostraba muy humana en el trato con todos; acogía con mucha sensibilidad y delicadeza cada persona en su situación real. Se alegraba con el gozo de cada una y sufría con las que estaban pasando por momentos de dificultad o de crisis.

“Amor con amor se paga”… vivía con mucha radicalidad su vida consagrada, porque experimentó tanto amor de Dios sobre ella, que no podía hacer otra cosa sino dejar que esta abundancia de amor en su persona desbordara hacia todas con las que compartía su vida y misión. Por donde pasaba, era el núcleo central de unidad tanto de la comunidad y como del grupo de Hermanas de la Delegación. Acogedora y cercana con todas las personas, trataba a todas por igual, sin preferencias. Sencilla, sensible y delicada con la situación real de cada Hermana y de cada persona a quien acogía y atendía.

Hacía vibrar a la comunidad, o a la Delegación, en la gozosa a la vez sacrificada entrega a Dios, a través de las personas necesitadas de cercanía y cuidado. Su caridad no tenía límites ni medida. Porque le movía tan ardientemente el amor a Dios y a los hermanos, su apostolado traspasaba los límites de las parroquias y de los pueblos donde estaban ubicadas nuestras comunidades.

Era una persona tocada por el Señor, una gran mujer de Dios, que vivía constantemente en Su presencia, por lo que Dios, en su Providencia, también le regalaba algunos momentos “de gracias especiales”.

Llena de ilusión y de fuerzas llegó a Timor un 1 de julio de 1979, y enseguida se entregó de lleno a la misión. Años más tarde le llegó la confirmación por parte de Dios de que esa era su Voluntad: “En el año 1988, tuve una llamada especial del Señor para entregarme totalmente a los hermanos en la misión de Timor”. Su respuesta a esta llamada fue comprometerse totalmente con las muchas necesidades que encontraba; pasaba días enteros ayudando a subsanar todo que podía, con mucha abnegación y sacrificio. Era sacrificada hasta no poder más. Tuvo especial sensibilidad hacia las jóvenes que iniciaban su vida en nuestra Congregación en aquellas tierras, realidad que recibió como un don de Dios, a la vez que sintió la gran responsabilidad de transmitir a éstas, por parte de las Hermanas mayores, el Carisma con fidelidad. Cuando su salud comenzó a requebrajarse, nunca lo demostró, para no hacer sufrir a las Hermanas; su paz jamás se alteró, tampoco su continua sonrisa, alegría y buen humor.

Su vida ha sido un gran testimonio de una buena discípula del Maestro. Santa mujer, noble y honesta, sin doblez y de pocas palabras, era portadora de una mezcla de jovialidad, sencillez y bondad. Su forma de ser era muy dulce. Se hacía de querer. Disponible, servicial, ordenada, muy precisa y totalmente entregada a Dios y a los hermanos, hasta los últimos días de su vida.

Hna. Josefina pasó haciendo el bien, ejerciendo su misión a través de las distintas Comunidades donde estuvo presente: Tarrasa (Barcelona), Alemania, San Sebastián, Timor (Dili, Maubisse y Bebonuk), Indonesia (Malang) y Orihuela – Casa Madre, donde permaneció desde 2002 hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo.

El traslado a Casa Madre fue por razones de salud, pero ella no se refugió en su enfermedad para descansar, al contrario continuó su misión de seguir haciendo el bien ayudando en todo lo que podía: en la acogida a las Hermanas, en la enfermería, en la portería, como ropera y en otras diversas tareas de la casa.

En estos últimos años, en los que su audición estaba muy reducida y no podía oír casi nada, asumió esta limitación con mucha paz, resignación y fe. “Mira, no oía nada en las pláticas del director de los Ejercicios Espirituales. Pero iba repitiendo en mi interior :‘Señor, Tú sabes mis deficiencias, llena Tú el vacío que tengo, cuando Tú quieras y cómo Tú quieras’. Y Él me escuchó, me llenó de mucha paz y felicidad interior. Y me llenó tanto, que todo lo demás me sobraba. Su gracia suplió todo. Él me concedió más de lo que podía esperar”.

Nuestra Hermana veía la mano de Dios en todo y lo transmitía a través de toda su persona, tanto en su «postura» durante el día, como durante los ratos de oración y en su actitud de plena confianza en el Señor. Fue una religiosa muy fiel a su Señor, con exquisita fidelidad a sus compromisos religiosos. Los doce años que estuvo en la portería y coincidía con la hora de la oración comunitaria, todas las mañanas sin falta, iba a los Capuchinos hacer su hora de oración y adoración. Hasta hoy día ellos la recuerdan.

¡Gracias, Hna. Josefina! Tú paso por la tierra y también en nuestras vidas, ha dejado intensas huellas que marcan … huellas muy especiales del inmenso Amor de Dios hacia todos y que tu experimentaste de manera excepcional. Desde el precioso lugar que el Señor te tenía reservado desde siempre en el paraíso, intercede por todas las que te hemos conocido y compartido parte de tu vida. ¡DEP!