Hna. Mercedes Caballero Ayala

“… el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor,
 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por muchos». (Mateo 20:26-28)

Queridas Hermanas:

Con la convicción profunda de que nuestra Hermana ha encarnado en su vida estas palabras de Jesús, confiamos de que ya su alma está cerca de Dios gozando de su presencia, os comunicamos que el pasado 6 de noviembre de 2020, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Casa Madre, Orihuela (Alicante), Dios Padre llamó a nuestra Hermana,

Mercedes Elisa Caballero Ayala

Nacida en Alcaracejos (Córdoba), el 19 de septiembre de 1935, era hija de Juan y Ángeles de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos, siendo nuestra Hermana la segunda de ellos.  Fue bautizada unos días después, el 29 del mismo mes, en la Iglesia Parroquial del Apóstol San Andrés de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el 21 de noviembre de 1943, en la misma Parroquia.

Comienza su postulantado el 6 de marzo del 1959 en Orihuela, donde también inicia el noviciado el 31 de octubre del mismo año, y profesa el 1 de noviembre de 1960. Hace sus votos perpetuos en Rio Piedras (Puerto Rico) el 6 de marzo de 1966 y las Bodas de Plata las celebró en Baní (Republica Dominicana), el 13 de octubre de 1985.

Mujer sencilla, servicial, disponible y totalmente entregada a Dios y a los hermanos hasta los últimos días de su vida, era portadora de una mezcla de jovialidad, sencillez y bondad. La alegría, fue una de sus características. Su sonrisa era contagiosa. De trato cariñoso, familiar y cercano, pasó haciendo el bien, ejerciendo su misión a través de las distintas Comunidades donde estuvo: Baní (Villa David), Hato Mayor y Santo Domingo, en República Dominicana. En Puerto Rico: Rio Piedras y en España: La Haba (Badajoz), Valencia, Socuéllamos(Ciudad Real), Tales (Castellón), y Orihuela, Casa Madre, donde estuvo desde 1993 hasta 1999, volviendo en el 2005, donde permaneció hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo.

Su vida estaba muy marcada por los muchos años como misionera en República Dominicana; según sus propias palabras: “Fue para mí algo grandioso verme en tierra de misión”.  Estuvo siempre al lado de los más pobres, ayudando y buscando el equilibrio frente a la presencia de conflictos y necesidades que habían. No escatimaba  esfuerzos cuando se trataba de llevarles algún consuelo y alivio. Guardó siempre el deseo de volver a esta misión y su cariño a todos los conocidos, quienes también la recuerdan con  en el mismo amor porque supo mantener vivas esas relaciones. Es el eco que nos llega de los maestros, alumnos y padres de los centros educativos en los que ofreció sus servicios. Después de regresar a España no solo siguió ayudando y apoyando la misión de las Hermanas entre las personas más necesitadas; sino que también continuaba teniendo detalles con toda la gente que la conocieron y trataron.

Nunca dio ningún quehacer y era muy agradecida a lo que hacían por ella, en el Hospital, al despertar y ver que estaba acompañada, no paró de dar gracias y desde su ventana, al ver el amanecer, con los primeros movimientos de la gente, empezó a cantar el canto de alabanza de San Francisco “Alabado seas mi Señor” por todo.

Las huellas que dejó marcadas en la memoria y el corazón de muchas personas, empezando por las Hermanas de su Comunidad, han sido su prontitud en el servicio a los más necesitados, y que era muy atenta a las necesidades de quienes compartieron  la vida con ella más de cerca. Estaba siempre presente para echar una mano y ofrecer ayuda en lo que fuese necesario. Ya casi al final de su vida digamos literalmente “casi arrastrándose, muriéndose, con las pocas fuerzas que le quedaban” seguía ofreciéndose “¿quieres que haga algo por ti?” “¿quieres que vaya por ti a …?”  Persona con un corazón como el de Dios, que se olvida de sí misma, que sale di sí misma para donarse, diariamente, constantemente, con serenidad sin muchos alardes. Era un ser humano excepcional, amiga de todos, hermana, carmelita, cristiana, apostól, misionera. De delicadeza exquisita en el trato con todos, con las familias de las hermanas y especialmente con las que veía agobiadas. Alma sencilla que supo encarnar y hacer suyo el ser Carmelitano, promovía el conocimiento de Madre Fundadora y Hermana Arcángela. Se alegraba inmensamente con las nuevas vocaciones que fortalecía y animaba siempre. Desde que eran aspirantes, les amaba con amor fraterno; a las que vivían en distintas comunidades, iba a buscarlas para llevarlas al sector Villa David y mostrarles un poco de la realidad en que vivian las familias allí. Y cuando percebía que estában agotadas en el trabajo, les alegraba la vida, pedía permiso y las llevaba de paseo a la playa y gozában un montón. De carácter más bien fuerte, pero muy humana y comprensiva con las más jóvenes, con las que querían conocer la Congregación desde cerca. Fue muy exigente para ella misma y muy servicial para los demás, se desvivía por hacer más llevadero la carga de los demás. Trabajadora incansable, ya encamada no quería dar trabajo, y ponía de su parte  para ayudar a las que la cuidaban. Su total entrega se manifestó en su última voluntad de donar su cuerpo a la ciencia para seguir investigando en temas sanitarios y formando alumnos en Medicina; un gesto altruista, considerado como uno de los mayores actos de bondad entre los seres humanos, aunque el protocolo sanitario, por la pandemia, nos impidió realizarlo.

Las personas que trataron de cerca a nuestra hermana, podrían narrar grandes e inolvidables momentos vividos junto a ella y que han dejado en sus vidas huellas positivas, no cesan de dar gracias a Dios por el privilegio de haberla conocido, haberla tenido muy presentes en sus vidas. Hna. Mercedes Caballero, tremenda mujer de Dios que ha sido ejemplo de vida para muchas personas, va a seguir viviendo en el corazón y en la memoria agradecida de muchos. Como misionera supo insertarse, con sus limitaciones, en la realidad, adaptándose a todo sin buscar comodidades y gustos particulares, facilitando la convivencia fraterna y alegre. Mucha gente la tenían como un miembro más de su propria familia; se identificó con el pueblo dominicano, se hizo una más de ellos. Ante su pascua y encuentro con el Padre, el mismo día de la Constitución de este país, 6 de noviembre, hace pensar en su identificación con los dominicanos hasta en ese detalle.

Su entrega misionera, su entrega a la Comunidad, queda plantada especialmente en las comunidades y misiones por donde pasó y sobre todo en nuestros corazones y en el de todos los que se relacionaron, celebraron y compartieron con ella. Desde la eternidad seguimos celebrando tu presencia entre nosotros. En paz descanse, querida “Mecho”.