Hna. Nieves Ortuño Cerda

El Señor la rodeó cuidando de ella, la guardó como a las niñas de sus ojos.
Como el águila extendió sus alas, la tomó y la llevó sobre sus plumas.
El Señor solo la condujo” (Cfr. Dt 32, 10. 11. 12)

 

Queridas Hermanas:

Desde la Comunidad “San Simón Stock” de San Juan de Alicante, en la mañana del día 11 de julio de 2022, dentro de la Novena de Ntra. Santísima Madre del Carmen, Dios nuestro Padre, llamó a su presencia a nuestra Hermana

Antonia María Ortuño Cerdá
En religión, Nieves

Nacida en Hondón de las Nieves (Alicante), el 13 de diciembre de 1936, fue hija de Francisco y Antonia, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos, siendo nuestra Hermana la mayor de ellos. A causa de la guerra, la bautizaron unos años después, el 28 de mayo de 1939, en la Iglesia Parroquial de Ntra. Señora de las Nieves de su pueblo natal y recibió la confirmación al año siguiente, el 5 de septiembre, en la Parroquia de Aspe.

Ingresó como postulante el 7 de diciembre de 1956 en Orihuela, donde también empezó su noviciado el 1 de agosto de 1958, profesando el 1 de agosto de 1959. Allí mismo hizo sus votos perpetuos el 29 de julio de 1965. Sus Bodas de Plata las celebró en Cieza el año 1984 y las Bodas de Oro el año 2009 en Fátima (Portugal).

Auxiliar de Enfermería por profesión civil y vocación, la mayor parte de su vida estuvo dedicada al cuidado de los ancianos, compaginándola con otras ocupaciones comunitarias que le fueron asignadas. Mujer entregada, servicial y detallista, ponía especial cariño y dedicación en todo lo que hacía. Desempeñó su labor apostólica en las comunidades de: Orihuela, Casa Madre y Seminario, Caudete, Fuente de Cantos, Pedreguer, Encebras, Elche, Aspe y San Juan.

Hna. Nieves, fue una Hermana muy, muy buena. Desde sus inicios en la vida religiosa, dio un testimonio continuo de entrega generosa, sirviendo con amor infatigable a cuantos se le encomendaron. Amable, dulce, educada, humilde y sencilla. Muy humana, con un gran corazón, supo ser guía apoyo para las Hermanas recién profesas, en sus primeros tiempos de integración en la Comunidad a la que ella pertenecía. Amaba su vocación y se sentía profundamente hija de la Iglesia. “La vocación es un don de Dios para la Iglesia y Dios me consagra dentro de la Iglesia que ora por mí. Cada día somos misioneros de la Iglesia, no importa el cargo por muy insignificante que sea.” (EE, Aspe abril 1995).

Hna. Nieves amaba mucho a la Congregación y con gran sentido de pertenencia, le gustaba estar informada de todo lo que atañe a su vida y misión en todo el mundo, siempre preguntaba por las Hermanas, comunidades, y obras apostólicas. Agradecía mucho que le hablasen de la realidad de la Congregación en otros países: cuántas hermanas había, cuántas novicias… Fiel a todo lo que atañe a la vida comunitaria, aunque ya estaba perdiendo la audición, participaba responsablemente en todas las reuniones comunitarias.

En su última comunidad de San Juan, Residencia, se encargó mucho tiempo del comedor comunitario, y siempre estaba pendiente de los demás, conocía sus gustos y se desvivía para que a ninguna Hermana le faltase lo que necesitaba, desde lo más insignificante, hasta lo más importante; parecía una hormiguita, madrugando para que todo estuviese a punto para el desayuno de la comunidad, y así durante el resto del día. Aunque en los últimos años se le notaba que le faltaban las fuerzas, siguió haciendo todo lo que era de su responsabilidad.

Delicadamente acogedora con todos, se manifestaba cercana tanto con las Hermanas, como con todo el personal de la residencia (residentes y empleados) y con cualquier visita que venía a la comunidad. Siempre era la primera que se ofrecía para acompañar a las Hermanas cuando estaban ingresadas en el hospital; muchas han sido las horas de desinteresado acompañamiento a nuestras Hermanas enfermas. Se llevaba muy bien con todos los trabajadores, se preocupaba por ellos, conocía a cada uno con su nombre y a sus familiares, oraba por cada uno, les felicitaba en sus días señalados con un detalle, tanto que, cuando nacía algún niño, se lo traían para que la Hermana lo viera.

Sabía mantener su amistad con las personas de las comunidades por donde pasó y el aprecio era mutuo. Con su familia de sangre también tenía una buena relación; eran solícitos los unos de los otros y compartían el gozo de los acontecimientos importantes de la familia. A las visitas las recibía con alegría y cariño tratando de ofrecer algo para obsequiarlas. También le gustaba guardarles el calendario del Carmen para dárselo cuando venían a visitarla.

Era verdaderamente una mujer de fe, llena de Dios, alma de oración; sabía bien lo que quería y lo que hacía. Hija de obediencia, manifestaba su amor y solicitud a las Superioras, a la vez que era muy sincera y expresaba lo que sentía y pensaba, sin doblez ninguna. Mujer prudente y caritativa, veía el lado positivo de las personas y los acontecimientos. Siempre ocupada y atenta a las necesidades de las demás, no tenía tiempo para fijarse en las debilidades ajenas y menos para criticar.

Con gran paciencia y resignación aceptó su enfermedad y limitaciones, no por ello descuidando su oración, la Eucaristía diaria y el participar de los actos comunitarios. Además, ofrecía su humilde servicio de costura en los arreglos de ropa, tanto de residentes como de Hermanas. Así vivió, desde la humildad y la pequeñez.

Agradeciendo todo lo que le hacían, sin apenas ser gravosa a nadie, se marchó a la casa del Padre, pues su Esposo y Señor la halló preparada con su lámpara encendida. Al celebrar el pasado de 1 de octubre la fiesta de Sta. Teresita del Niño Jesús, algunas Hermanas hicieron presente a Hna. Nieves, pues, como a Sta. Teresita, el Señor le concedió el don de la humildad, el querer estar siempre entre los pequeños y los que sirven.

Buena Hermana, descansa en la paz de tu Dios e intercede por tu amada Congregación y por todas nosotras que tuvimos la dicha de tenerte en nuestras vidas.