Hna. Piedad Rodríguez Santos

Dichoso el que con vida intachable, camina en la ley del Señor;

dichoso el que guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón …

(Sal 119, 1-2)

 

 

Queridas Hermanas:

Comenzamos con este Salmo que, de alguna manera, manifiesta, resume y plasma la grandeza y a la vez humildad de la que ha sido nuestra Hermana,

Mariana Rodríguez Santos

En religión: Piedad

         Nuestro Padre Dios quiso llevársela con Él, el día 15 de diciembre de 2023, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Orihuela, Casa Madre.

Nació en Cieza (Murcia), el 28 de diciembre de 1928, era hija de Pascual y Antonia, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos, siendo nuestra Hermanas la segunda de ellos. Fue bautizada a los tres días, el 30 de diciembre de 1928, en la Iglesia Parroquial de San Joaquín de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el 13 de mayo de 1955, en la misma Parroquia.

Comenzó su postulantado en Madrid el 2 de enero de 1957; el noviciado lo inició en Orihuela el 18 de julio de 1957 donde también profesó el 31 de julio de 1958 e hizo sus votos perpetuos el 31 de marzo de 1964.

Hna. Piedad fue una religiosa que encarnó en su vida y en sus actuaciones el prototipo de una persona consagrada al Señor, viviendo con autenticidad los valores de la vocación a la que fue llamada, en su caso a la Vida Carmelita.

Trabajadora abnegada e incansable, sin aspectos de su personalidad que llamaran especialmente la atención; de bondad y delicadeza innatas, con naturalidad llevaba una vida “escondida en Dios”, entregándola silenciosamente, con total disponibilidad y atención a cada Hermana, sin hacer distinciones, en los primeros años como Superiora de las Comunidades del Hospital de Socuéllamos, de Tiana, de Tales y de Abarán. A partir de septiembre de 1988 “Al mostrarme Hna. General la necesidad que tenía de una Hna. que desempeñara su trabajo en una de nuestras casas de la Congregación, he decidido aceptar esta petición renunciando al cargo de Superiora de la Comunidad de la Residencia de S. Teresa de Abarán”. Desde entonces el Señor condujo su vida por el camino de la humildad y el silencio, llevando a cabo las tareas más escondidas, especialmente como responsable del funcionamiento de la cocina, a la vez cocinera durante muchos años y como ayudante de cocina, cuando ya sus fuerzas no le permitían tener la responsabilidad, empezando en Encebras y continuando en Casa Madre, desde el año del Centenario hasta que el Señor se la ha llevado consigo.

En todos los lugares que estuvo fue una apóstol sin hacer ruido, testimoniando con su vida que vivía sólo para Dios y para servir a las personas que el Señor ponía en su vida. Servía siempre con total disponibilidad y solicitud; tenía una paciencia enorme para responder a lo que las Hermanas le solicitaban, incluso adelantándose ella a las necesidades particulares de algunas, que bien conocía, lo que no le impedía decir lo que no era correcto, en un momento determinado, con amabilidad, delicadeza y muy comedida en sus palabras. Por ello podemos afirmar que era una persona clara, auténtica y veraz.

La caracterizaron el silencio, la observancia, el buen hacer y el cuidado de los detalles de su vida personal, tanto en el aspecto humano como en el espiritual. Religiosa muy fiel a los actos comunitarios y muy fervorosa en la vida litúrgica, en el trato con el Señor y con su Santísima Madre, hacia quien tenía especial inclinación, como buena carmelita.

Normalmente, en el quehacer diario, no hablaba, ni tenía conversaciones superfluas. Sin embargo, cuando se le requería alguna respuesta, sus palabras eran breves y concisas, a la vez que acertadas y prudentes.

Su semblante sereno y pacífico transmitía una gran paz y era el reflejo de lo que interiormente llevaba en su alma. Por ello, en la etapa final de su larga vida, ya encamada y agotándose sus fuerzas paulatinamente, continuaba siendo transmisora de bondad. Con resignación supo aceptar la voluntad del Padre sin dar muestras de queja y “dejándose hacer”, en su cuerpo crucificado. Y así, fue apagándose poco a poco, como una santa, culminando una preciosa vida de entrega y cooperación misteriosa al Plan de Redención de Aquel a quien amó por encima de todas las cosas y a quien entregó su vida sin reservas.

Su muerte fue la ratificación y confirmación de lo que fue su vida. Murió como había vivido: con paz y en silencio. Nos ha dejado muy buen sabor por el grato recuerdo que atesoramos de una vida totalmente entregada, abnegada, agradecida y sacrificada.

Hna. Piedad, desde la paz de ese lugar que el Señor te tenía reservado desde siempre junto a Él, intercede por todas nosotras que te hemos conocido y compartido parte de tu vida. ¡DEP!