Hna. Socorro Font Deulofeu

Jesucristo, ha sido mi obsesión, Jesús conocido y amado especialmente a través de la oración y la Eucaristía, pero también a través de las personas en servicio y entrega por el Señor sin condiciones … Él se hizo el encontradizo conmigo y se convirtió en un amor personal muy deseado, un Vértice que atrae mi ser entero sin división; se convirtió en el TODO de mi vida y de mi existencia, en el Esposo y compañero de mi vida, más íntimo que yo misma, más cercano que nadie más, que llena y expande a la vez mi capacidad de amarle y de amar a todos y a cada uno en el mismo movimiento de amor a Él.

Nuestra entrega es mutua, por esto Él es el Esposo, yo la esposa-esclava, auténtico matrimonio espiritual que el Padre confirma en aquello de `vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí´, en aquello otro `para mí la vida es Cristo´en un proceso de entrega y adentramiento en la Santísima Trinidad que no acaba nunca y en el que Dios lo es todo y lo llena todo y lo invade todo y me invade toda. Todo muy sencillo y profundo, como sencilla y profunda es la vida de Dios, aunque insondable y no se abarca”.

(Fragmento de sus manuscritos del 28 de febrero hasta 10 de agosto de 1992)

Queridas Hermanas:

Con estas palabras tan profundas, que manifiestan su grado de identificación con Jesucristo, empiezo esta necrología. En la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Orihuela, Casa Madre, víspera de Ntra. Sra. de la Altagracia, el día 20 de enero de 2021, miércoles, su Esposo vino por nuestra Hermana,

Mª Concepción Font Deulofeu
En religión, Mª Socorro

Ella, escuchando de los labios de su Amado la llamada “Ven, esposa de Cristo / recibe la corona / que el Señor te ha preparado / desde la eternidad”, salió tras Él, corriendo, sin mirar atrás, dejando un gran vacío para las personas que tuvimos la dicha y bendición de conocerla y compartir varios años su vida.

Nació en Bordils (Girona), el 30 de enero del año 1932. Era hija de Eugenio y Rosa, de cuyo matrimonio nacieron ocho hijos, siendo nuestra Hermana la cuarta de ellos. Fue bautizada a los pocos días de su nacimiento, el 11 de febrero, en la Iglesia Parroquial de San Esteban de su pueblo natal, y confirmada años después, el 24 de marzo de 1941 en su misma parroquia.

Comenzó su postulantado en Orihuela, el 13 de julio de 1948, donde también inició su noviciado, el 24 de febrero de 1949, profesando el 28 de febrero de 1950. También allí hizo sus votos perpetuos el 30 de agosto de 1956 y celebró sus Bodas de Plata el 28 de agosto de 1981. Las Bodas de Oro la sorprendieron en Timor, tras las revueltas de 1999. Eran tiempos de austeridad y mucha gente vivía en situación de precariedad. Conociéndola, estamos seguras que ella lo celebró a solas, en la intimidad con su Esposo, orando por todos y por la situación de gran sufrimiento que había a su alrededor “son momentos de estar muy juntos el ‘matrimonio’. Jesús y yo anhelamos estar juntos sin ruido ‘de hijos ni de nietos’. Como un matrimonio maduro en el amor, que se apoyan mutuamente, pero ya no necesitan decirse muchas cosas, saben, experimentan, que se aman del todo, que nada se interpone en este amor, que son y están el uno para el otro. El silencio contemplativo llena el ritmo y lo dice todo”.

Después de la primera profesión, ejerció su misión apostólica en las Comunidades de Orihuela (Casa Madre), Murcia (Colegio), Santo Domingo (República Dominicana) y Rio Piedras (Puerto Rico) hasta que, en el XII Capítulo General Ordinario y Especial, un 12 de agosto de 1969, celebrado en Orihuela, votaban, por mayoría absoluta, a la Hna. Mª Socorro Font Deulofeu como Superiora General de la Congregación. Se convertiría así en la cuarta Superiora General, desde la muerte de Madre Elisea.

Tenía apenas 37 años y se encontraba por tierras caribeñas. Su recia personalidad y valía humana y espiritual, le habían acarreado en España una extendida fama de persona idónea para regir los destinos de la Congregación, como sucesora de la Madre Matilde Narejos, enferma ya en su último tramo de Superiorato General. Al ser elegida unánimemente y no tener la edad canónica, hubo que pedir dispensa a la Santa Sede para su ratificación, lo cual se alcanzó sin dificultad, dados los informes pertinentes que lo apoyaban. Seguiría en este servicio y responsabilidad durante dos sexenios más, hasta 1987.

Hna. Socorro, llevó las riendas de la Congregación durante 18 años, por los vericuetos de la historia del mundo y de la Iglesia, en los difíciles y complicados años que siguieron a la celebración del Concilio Vaticano II. Los primeros años de su generalato no fueron momentos fáciles; tuvo que barajar, remodelar muchas cosas que requerían mucha fuerza y tesón y Dios se valió de ella para conducir el timón de la Congregación, en sintonía con el Concilio Vaticano II, con mano firme en los comienzos y con autoridad. Un sacerdote cercano, dijo de ella: “Tuvo una fe más fuerte que la de Abraham, al arriesgarse a fundar, en plena crisis del postconcilio, en el último extremo del mundo”.

Su presencia siempre se hacía sentir. Aunque algunas la temían, era muy querida y valorada, por la mayoría, por su modo de gobernar, animar, y potenciar a las Hermanas en la Congregación, “supo sacar lo que podemos, pero que no teníamos conciencia de ello”, con la convicción profunda de que “si nos abandonamos en Sus manos, Dios actúa más allá de nuestras posibilidades”. A pesar de todo, era muy humilde, sabiendo esperar la hora de Dios en cada Hermana.

Hna. Socorro expresa así su relación personal con Madre Elisea: “En mi juventud la conocía poco, no nos hablaban de ella demasiado. En mi generalato, su presencia, su disponibilidad al querer de Dios, me ayudaron, era como modelo en mi actuar, debía de ser la continuadora de su obra y después de la gracia del Concilio, que pasó como un fuego purificador, era como un renovar su fundación, reencarnando el carisma en el hoy de la historia, esto suponía pensar en ella, rezarle, ver como ella actuó. Hoy cambió un poco su figura ante mí, es una amiga entrañable, una compañera que vive en la misma comunidad y que amo, que me encuentro con ella, me estimula en todo, que me acerca al Señor y que con sólo mirarla me llena de alegría. Me compromete a vivir en fidelidad el carisma, a enriquecerlo, profundizándolo en mi vida. Está en mi corazón y yo en el de ella”.

Dócil a las mociones del Espíritu, supo asimilar las claves de la espiritualidad apostólica de la vida consagrada, que el Concilio trató de reavivar, indicando la “vuelta a las fuentes” de todas las familias religiosas. Fiel a esta necesidad de fundamentar los valores esenciales de nuestro carisma-espiritualidad, se esforzó por llenar de contenido sus enseñanzas y directrices espirituales, tanto a nivel general, con sus circulares, visitas canónicas, cursos de formación, revisión de las Constituciones y Directorio, etc., como a nivel individual, manteniendo con numerosas hermanas una relación de acompañamiento y dirección espiritual estable y profunda, incluso dirigiendo Ejercicios Espirituales en ocasiones.

Para muchas, no sólo ha sido guía y luz en sus vidas, en su caminar y misión como personas consagradas, sino que ha sido una “madraza”, muy cercana, amable, agradadable, comprensiva y pendiente de todas, con una capacidad de escucha, fuera de lo normal, que le proporcionaba la clarividencia necesaria hacia cada persona, para dar la respuesta adecuada a cada situación.

Tenía gran sensibilidad, por eso estaba atenta y sabía respetar los ritmos de cada persona. Percebía cuándo en las formandas les faltaba atención, amor y entusiasmo en su entrega total a Jesús, que todavía, Jesús y Maria no eran el centro de sus vidas y decía: “a veces tengo deseos de acelerar su ritmo de crecimiento, queriendo ‘estirar’ la ´plantita’ más de la cuenta, pero en seguida el Señor dice: ‘paciencia, serenidad, calma, respeto’… y todo vuelve a lo normal”. Su corazón era como un océano, donde todos tenían cabida.

Es innumerable la documentación escrita que nos ha legado y de la cual se puede extraer, en un futuro, una fuente abundante de riqueza humana y espiritual.

Su carácter directo, audaz y confiado, puesto en manos de la Providencia de Dios, permitió que la Congregación pudiera lanzarse a una mayor aventura misionera, abriendo sus brazos a fundaciones tan arriesgadas como las que se llevaron a cabo en Timor Oriental (1974), Rwanda (1977), Indonesia (1985), Perú (1987) … Se amplió también nuestra presencia en República Dominicana y Puerto Rico.Y, en España, nuestro apostolado se orientó hacia lugares más alejados y de inserción. Fueron un total de 35 nuevas casas abiertas en sus tres sexenios de generalato, marcadas en su mayoría por los “signos de los tiempos”, que exigían un compromiso más audaz de la vida religiosa.

Al terminar el servicio encomendado al frente de la Congregación, pudo realizar su sueño misionero, marchando a la entonces Delegación de Timor-Indonesia, dedicándole quince años de su vida (1988-2002) y otros seis a la Delegación de Perú (2008-2014), con la delicada misión de formar a las nuevas generaciones de hermanas de aquellas tierras y al servicio de animación de las Comunidades, en las cuales su impronta ha quedado marcada de manera especial.

Como no tenía acepción de personas, también para ella toda misión era igual de importante “¿Qué podemos hacer de grande para Dios? Sólo es grande Él y sus obras, todos nosotros somos ‘siervos inútiles’, después de hacer lo que teníamos que hacer. No he venido aquí por propio impulso, sería muy desdichada si así fuera, vine bajo el impulso del Espíritu enviada, mandada por la Hna. Superiora General, esta es la única obra grande que podemos hacer ‘cumplir el querer de Dios manifestado en la obediencia o en los deseos o necesidades de los superiores. Siendo esto así, sí que vale la pena que haya venido … y que gaste la vida aquí hasta que Dios quiera. Por cumplir el querer del Señor, vale la pena cualquier sacrificio, que ya no es sacrificio, sino gozo profundo en Él. Esto por una parte. Por otra, vale la pena dar la vida por una parcela de la Congregación que ahora empieza a nacer con Hnas. nativas, vale la pena darla por las formandas, por todo cuanto ayude a fortalecer la vivencia del carisma aquí y que las hijas de M. Elisea puedan realizar su misión en bien de esta Iglesia local y en bien de estos pueblos especialmente de los más pobres y necesitados … vale la pena si en los años venideros estas Hnas. han aprendido a vivir en profundidad el don que recibieron para gloria de Dios y extensión de su Reino”.

Mujer excepcional, de profunda fe, persona orante, persona de vida de oración, dotada de la gran virtud de la autenticidad; Dios, al que amaba sobre todas las cosas, se complació en ella, le permitió vivir en constante cercanía con Él, y ella tan llena de Dios compartia su experiencia con mucha sencillez. “Siempre yo he querido vivir en plenitud, ha sido y sigue siendo como un proceso en mi vida, que ha ido simplificando a la vez que plenificando y enriqueciendo… Si quisiera expresarlo en pocas palabras diría que ha sido una historia de amor con el Señor, en que ha jugado un papel esencial la oración, que por el Espíritu ha ido haciendo todo lo demás en mi vida, hasta lograr la simplificación interior y la unidad con el Señor, a través de una oblación total a su voluntad, plenitud de gozo y libertad interior, que se me dio como don”.

Su amor apasionado por Jesucristo era visible a primer golpe de vista y trasmitía ese entusiasmo de mil maneras, a través de su alegría y sentido positivo de la vida.

Era transparente y sin doblez, lo que le llevaba también a una cierta ingenuidad, en determinados momentos. En cierta ocasión, confidenció en una comunidad, casi llorando, que sabía que la engañaban, aprovechando su gran sensibilidad espiritual…

Tenía una especial exigencia respecto al voto de pobreza, lo cual se ponía de manifiesto claramente en su estilo de vida, así como en sus enseñanzas, procurando inculcarlo a su alrededor y en la orientación de la actividad apostólica de las comunidades: “Que sean portadoras de alegría y esperanza, para los pobres especialmente, viviendo pobres entre ellos, acompañándoles, ayudándoles, dejandose enseñar por ellos. En ayuda y colaboración mutua de fraternidad”.

Rebosaba del espíritu de Elías; su ímpetu la hacía ir adelante para realizar la obra que Dios le encomendaba. Sentía una fuerza que le impulsaba interiormente y sabía que no iba sola a la misión que tenía que realizar. Su gran confianza en Dios le posibilitaba no ver obstáculos y seguir adelante por encima de todas las dificultades que se presentaran. Su abandono en el Señor era notable. Ponía toda su capacidad en la obra que, estaba convencida, Dios le encomendaba. Esta convicción fruto de largas y profundas horas de oración, que ella manifesta como momentos de estar a sólas con Dios, momentos de gracia en los cuales Dios se le manifestaba y ella los compartía: “he visto que / he sentido que / he oído que Él quiere / me pide que vaya / haga /actue…”.

Su talante era jovial y servicial. Siempre tenía chistes y actuaciones graciosas para las celebraciones comunitarias. No le gustaba el protagonismo y sabía ocupar un segundo plano con naturalidad. Tenía una gran sensibilidad para compartir con las hermanas, tanto lo material como lo espiritual, a costa de su privación.

Para ella, la figura de Nuestra Santísima Madre, era esencial: “En este proceso de transformación y de identificación con Jesús, juega un papel definitivo desde siempre María. Ella es la Madre, que en el transfondo de la casa, arregla, adorna, limpia a la novia para las bodas con su Hijo. El papel de María es decisivo y el don es hacernos como Ella, es el identificarnos con Ella, así María lo viene a ser todo en la Carmelita que está como revestida de Ella, adornada con su vida y virtudes”. La amaba y gozaba mucho en sus Fiestas, en rezar diariamente, tanto en privado como acompañada, todos los misterios del santo Rosario.

Otra nota distintiva de su espiritualidad fue su intenso amor y veneración por los sacerdotes y obispos, con quienes siempre mantuvo una relación de cercanía y veneración y a los que tuvo permanentemente en sus oraciones.

Durante sus años de comunidad en Casa Madre y en Tales, todos los días rezaba el santo Rosario con las Hermanas enfermas y las entretenía con actividades, para que siempre estuvieran acompañadas. “Mi misión desearía no fuera otra que dar a conocer y amar a Jesús y a María, por los medios a mi alcance, dar a conocer la oración, enseñar a orar ayudando que la gente, las Hnas, se enamoren de la oración como camino seguro de transformación en Dios”.

Dios le concedió una rica personalidad y la capacitó de un claro e innato liderazgo que, junto a su recio, y a la vez dulce, temperamento, alcanzó el nivel emblemático de ser como un ICONO para los que la trataron. Todo esto, hace que quede en nuestro recuerdo como un precedente, una INSTITUCIÓN.

Fiel a la voluntad de Dios, vivió un amor y entrega creciente, lo cual le producía un gozo interior que transmitía. Nunca se sentía ofendida (no recibía las ofensas) aunque sí sufría y hacía de su donación a las hermanas un permanente servicio. La sencillez que trasmitía en su porte era reflejo de su limpieza interior; era como si su espíritu se transparentara en su cuerpo.

Veía la mano de Dios en todo, especialmente en la vivencia del voto de obediencia. Ya, en su etapa final, hizo una perfecta oblación de sí misma, obedeciendo a sus superioras en sus últimos traslados, a pesar de la dificultad que le suponían. Ella había encontrado la manera de dar la vida y se sentía segura en ese camino, porque ya no se pertenecía. Dios, en su providencia, permitió que viviera el anonadamiento, los latigazos, el calvario, la cruz, en estos últimos años de su vida y la ha hecho semejante a todos que han muerto en esta pandemia … una víctima más de esta pandemia.

Hemos perdido una joya de madre, una gran columna de la Congregación en la tierra, pero la hemos ganado para el cielo. Empezamos, con su partida, una nueva etapa en la vida de la Congregación, a partir de la impronta que Hna. Socorro nos ha dejado. Desde el Cielo ella nos sigue acompañando y guiando para, progresivamente, hacer realidad el sueño de Dios sobre cada formanda y cada Hermana “¿Qué esperará el Señor? Autenticidad, que vivan lo que quieren ser, lo que ya son, con alegría, radicalidad de amor y de entrega, gratuitamente, solo por Jesucristo, su Iglesia, los hermanos, los más empobrecidos sobretodo. Que sean otras “María-s” en el hoy de la historia, que sean auténticas Hnas. de la V. M. del Monte Carmelo, con sencillez, humildad, pero autenticidad. Que cumplan su misión de sencillez, y de fraternidad en el corazón de la Iglesia y del mundo. Que sean mujeres de Dios en medio del pueblo sencillo, que sepan vivir la unidad-fraternidad en la diversidad de culturas, lenguas, religiones, opciones políticas. La unidad en el amor, el perdón, la misericordia, la paz y la justicia para con todos”.

Buena Hermana, nos unimos a tu himno de acción de gracias “Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcazar: junto a Él no vacilaré. De Dios viene mi salvación y mi gloria, Él es mi roca firme, Dios es mi refugio”  (Salmo 62: 6-8)

Gracias Hna. Socorro, por lo que tu vida significa para las Hermanas de la Congregación y para tantas otras personas. Aunque ya estás gozando en el reino de tu Esposo y Señor, en el Carmelo celeste, acuérdate de nosotras, que ya te echamos mucho de menos.