“Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.»
(Santa Teresa de Jesús)
Queridas Hermanas:
En la madrugada del día 24 de enero de 2021, el Señor llamó a su presencia, desde la Comunidad “Ntra. Sra. del Carmen” de Casa Madre (Orihuela), a nuestra Hermana
Ángeles Medina Tocado
En religión, Teresa
Nacida en Belalcázar (Córdoba), el 15 de octubre de 1935, hija de Rafael y Carmen, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos, siendo nuestra Hermana la mayor de ellos. Fue bautizada unos días después, el 27 de octubre, en la Iglesia Parroquial de Santiago el Mayor de su pueblo natal y confirmada años más tarde, el día 2 de noviembre de 1943, en la misma Parroquia.
Ingresa como postulante el 1 de mayo de 1959 y el 10 de enero de 1960, empieza el noviciado. Su primera profesión la hizo el 12 de enero de 1961, y la perpetua el 6 de marzo de 1966, ambas realizadas en Casa Madre. Las bodas de Plata las celebró en el Colegio de Orihuela, el 12 de enero de 1986 y las de Oro en Casa Madre en 2011.
Maestra de Enseñanza Primaria, después de su profesión, ejerció su misión apostólica en los colegios de Socuéllamos, Guardamar, Sax, y Orihuela. Fue incansable y paciente en la minuciosa labor con los niños, a los que dedicó largos años de su vida. Educaba con paciencia y con gran amor, como una madre enseña a sus hijos, aunque esto le suponía un gran esfuerzo; siempre afable y cordial, con gestos de amor creaba un ambiente amistoso y sereno entre los niños.
Desempeñó también, en las comunidades donde fue destinada, servicios de corte y confección, que lo hacía con mucha habilidad. Era digno de admirar su “porte”. Últimamente, ya jubilada en Casa Madre, y mientras su salud se lo permitió, siguió ayudando en la costura y en la atención a las Hermanas mayores y enfermas de la comunidad. Aquí permaneció desde el año 1994, hasta que nuestro Buen Dios se la llevó consigo.
Si hay personas en las que, la apariencia, dista una enormidad de lo que ellas realmente son por dentro, nuestra Hermana Teresa Medina es una de ellas, por antonomasia. Y, si en algo se puede distinguir su existencia en el tiempo, es precisamente por el “poco ruido” con que ha pasado por esta vida. Era muy prudente, no se metía en lo ajeno o más bien huía de ello para salvar roces, problemas innecesarios, y, sobre todo para evitar entrar en cualquier conversación poco edificante. Siempre hablaba con mucho respeto de los demás, valorándolos y no juzgando las acciones de nadie. Era ejemplar. Su sensibilidad y pudor sobrepasaban la normalidad.
Hna. Teresita, como era habitualmente tratada, además de reservada, discreta, sencilla, entregada, humilde y de trato fino y educado, era también muy agradecida. Sabía apreciar, valorar y agradecer las pequeñas o grandes atenciones que con ella se tuvieran. Y ésta impronta la ha acompañado durante toda su vida.
En sus años activos, antes de empezar su jornada laboral, su primera acción era su Visita obligada al Sagrario, donde depositaba su ofrenda del día. En estos últimos años, pasaba largas horas en la Capilla, rezando continuamente los Misterios del Rosario y el Vía Crucis. Era muy piadosa; se la localizaba fácilmente, porque su vida transcurría entre su habitación, la Capilla y el comedor.
Aún en su reserva, era muy responsable y fiel cumplidora de sus obligaciones y mostraba una fina sensibilidad en lo tocante a la fidelidad al Señor; era un suplicio para ella, si, por cualquier causa, no podía asistir a los rezos comunitarios. Muy amante de la pobreza, su ropa la aprovechaba hasta “no poder más”; casi no tenía nada en su habitación, hasta el dinerito recibido de la comunidad, pidió que se lo administrara la superiora.
Había hecho de su existencia una ofrenda permanente a Jesucristo. Él era su centro, a Él se había ofrecido, en Él encontraba la razón de todo su limitado quehacer, dándole una dimensión universal, porque sabía que su entrega había sido aceptada para colaborar con Él en su plan de Redención. Por eso tenía una continua actitud de búsqueda de Su Voluntad e intentaba ser obediente a quien Dios puso en su camino para manifestársela.
Su físico endeble y enfermizo, su sensibilidad excesiva, que desembocaba en los escrúpulos y que era fuente de continuos sufrimientos; su cortedad de carácter, que la limitaba enormemente a la hora de relacionarse con los demás y de desempeñar una tarea apostólica… envolvía a una hija de Dios que se sabía elegida para ser sólo suya.
Es asombrosa y admirable su capacidad de aceptación de sí misma en su pobreza, de vivir en la verdad y de sentirse feliz, pasara por donde tuviera que pasar. Porque eso sí lo tenía claro: Jesús la amaba, la había hecho su esposa y era Él quien, como Dueño de su vida, la había tomado para hacer con ella lo que quisiera. Ahí tenía la fuente permanente de su felicidad.
El Señor, a pesar de llenarla con su gracia y de darle el don de la fidelidad, no le modificó en absoluto su temperamento, el cual también le suponía motivo continuo de incomprensiones. Y así siguió, inquieta e ingobernable, hasta el último día de su vida.
Tan exclusivamente Jesús la quería para Él, que la arrebató silenciosamente, sin la vista de nadie: tuvo una muerte rápida, en su habitación, sin estar encamada, sin dar trabajo a las Hermanas y personal de la Enfermería. Quedará sólo para ella, cómo habrá sido el momento del abrazo amoroso con Aquel a quien “amó ardientemente en la tierra”.
Descanse en la paz de tu Amado, buena Hermana, e intercede por todas nosotras.