La verdadera felicidad se hace, se construye día a día pacientemente en el interior de la persona. El interior de la persona es el taller donde se labra la felicidad. Si estás en paz con Dios, con los otros, con las cosas, y contigo mismo poco a poco sentirás una gran alegría interior que es en definitiva lo que llamamos felicidad.
Mucho son los que piensan que la felicidad viene de fuera, que se puede comprar en los supermercados como quien compra algo con dinero o con tarjeta de crédito. Y no es así. La felicidad no es sinónima de tener sino de ser. El que más tiene no es el más feliz, sino el que se esfuerza por ser más con los otros y para los otros, es decir, el que vive la solidaridad y la fraternidad.
La felicidad es una planta muy delicada que sólo crece en la tierra del interior del corazón. La verdadera felicidad se cultiva dentro y se expande hacia afuera. No es como un objeto que se vende y se compra. La persona más feliz, consecuentemente no es la que más tiene sino la que se esfuerza por ser cada día más persona, con los otros y para los otros.