Hna. Arcángela Badosa

La sierva de Dios, Arcángela Badosa Cuatrecasas, Carmelita, supo dar firme testimonio del amor. Toda su vida fue un reflejo del amor transformante de Dios; y, aún después de su muerte, no han cesado de acrecentarse sus irradiaciones espirituales.

Nació en San Juan les Fonts (Girona) el 16 de junio de 1878. Fue bautizada con el nombre de Carmen. Ella es la tercera de una numerosa familia de 8 hermanos.

La familia Badosa Cuatrecasas era profundamente cristiana. El padre Pedro Badosa y la madre Teresa Cuatrecasas era un matrimonio humilde, honradísimo, que formaron un hogar cristiano; donde cada día se rezaba el rosario y luego leía el padre en alta voz un trozo de la Sagrada Escritura y la vida del santo del día. Testimonio de fe de aquel hogar es el hecho de que brotaran cinco hijos que abrazarían la vida religiosa.

Las hermanas gemelas Paula y Mercedes fueron también Carmelitas, conociéndose en religión por Hna. Mª. de los Angeles, quien fue Superiora General un sexenio, y Hna. Angélica. Sus hermanos Fidel y José fueron religiosos salesianos, muriendo ambos con fama de santidad, descritos por los Salesianos como «religiosos ejemplares». De Fidel nos dicen: «era una lección constante de humildad, de amabilidad, de servicio y de sacrificio.» Y de José: «era un religioso con ganas de santificarse en el trabajo sin descanso. Con amor insaciable a la oración, con el rosario completo a diario, destacando su sincera oración. Su hermano Pedro fue también temporalmente salesiano.

Infancia

A los 7 años su madre le confiaba el cuidado de los hermanos más pequeños y ellos se mostraban muy contentos, saltando, en ocasiones de los brazos de la mamá a los de «Carmen».

Su padre, Pedro Badosa, labrador, muere el 24 de julio de 1888 a la edad de 38 años. Al mes siguiente nacía su hijo Pedro. Al año siguiente, su madre, Teresa Cuatrecasas, vuela al cielo el 28 de agosto de 1889 a la edad de 30 años, dejando huérfanos a los siete niños, porque Ignacio había fallecido el año anterior. La sierva de Dios contaba entonces con 10 años de edad.

Al quedar completamente huérfanos los siete hermanos, contando las mayores trece años, la Sierva de Dios once y el más pequeño no llega al año, la tía Joaquina, casada con Francisco Gelada, mecánico de profesión y sin hijos, los acoge y ofrece el hogar que en estos momentos necesitan. Continuarán dándole la educación iniciada por sus padres en un ambiente de religiosidad, donde antes de ir al descanso se leen unas páginas del año cristiano y rezan el santo rosario en familia.

Desde la niñez la sierva de Dios destaca por su bondad, su buen corazón y su innata religiosidad. La Sierva de Dios siente grandemente la desaparición de su padre, la nueva situación familiar, al mismo tiempo que los problemas de una salud débil, respondiendo siempre con paciencia y conformidad a la voluntad de Dios, siendo el consuelo de su tíos y ejemplo de bondad entre sus hermanos. Da prueba de una inteligencia precoz y despierta, recibiendo sólidas y adecuadas enseñanzas en estos años de su adolescencia, que al mismo tiempo que las recibe, ella las imparte a los más pequeños y a las dos mayores con su ejemplo. Llamó siempre la atención por su temperamento juicioso y prudente. A ella acuden sus hermanas Mercedes y Paula igual que sus hermanos más pequeños pidiéndole su consejo y parecer en cuantas cosas les sucedían. Su hermana Mercedes, al recordarla decía: Era muy consoladora. Siempre con todos hacía las paces y nos dejaba tranquilas. Nos aconsejaba muy bien.

En su infancia, cuando tenía seis años, sucedió algo que la familia no pudo olvidar ni encontró explicación. Fue así: no lejos de la casa, en el campo donde los hermanos iban a jugar, había una gran balsa algo cenagosa y junto a ella la pequeña Carmen jugaba con sus dos hermanas, dos años mayores que ella, cuando en pleno entretenimiento, a causa de unos de sus movimientos, se vence su cuerpo y cae dentro del agua. Sus hermanas, Mercedes y Paula comienzan a gritar llamando al padre que trabaja en el campo, que al oírlas, viene corriendo, se zambulle en el agua buscándola por una y otra parte hasta que por fin da con la niña, y la que creía ya cadáver por el tiempo y la profundidad, la saca llena de vida y como si nada hubiese ocurrido. Sin duda el Señor y la Virgen Santísima conservaron su vida, para estímulo nuestro en el ejercicio de la caridad.

Desde pequeña la Sierva de Dios sufrió la cruz de la enfermedad. Parece ser padecía algún problema de incontinencia siendo niña y adolescente, que veía aparecer por las mañanas su cama totalmente mojada. Su tía, creyéndola culpable, le reñía por este motivo que, además de humillarla, la hacía sufrir por el trastorno a que ocasionaba en aquel pobre hogar. ¡Cuánto sufrió durante estos años! Muchas noches dormía en el suelo para no ocasionar molestias a los demás. Y el dolor se aumentaba cuando pensaba que nunca se curaría con todo, jamás brotó de sus labios una queja o manifestó desenfado, creyendo que el Señor lo permitía y eso bastaba.

A los pocos años muere el tío Francisco Gelada y su tía Joaquina decide trasladarse con los niños a Olot con el fin de buscarles un trabajo a las niñas mayores y así ayudasen a alimentar y educar a los más pequeños.

Trabajadora ejemplar y Testimonio de virtud

Tendría Hna. Arcángela unos diez años cuando entra a trabajar como obrera retocadora en los Talleres «Vayreda», fábrica de imágenes, junto con su hermano José, dos años menor que ella, en Olot.

El mismo José relata la admiración que su buena hermana producía a todos los que la veían y conocían. Se distinguía por su caridad y profunda piedad. A todos amaba, y todos veían en ella un alma profundamente religiosa. Era recatada, callada y contemplativa, a todos les atraía su carácter y virtud. Como por razones del trabajo tenía las manos ocupadas y no podía pasar las cuentas del rosario, se servía de piedrecitas que pasaba rápidamente de un lado a otro. Recogemos un testimonio de una prima hermana que decía: «Carmen era una santa más entre las imágenes que llenaban el taller.»

En este taller pasó los años de su juventud, dando ejemplo de laboriosidad, humildad y delicadeza con todos, al mismo tiempo que cuidaba de su tía enferma. Cuando estaban esperando para entrar el taller, al verla venir se levantaban para hacerle paso y decían: «viene la santa» y ella, ignorando la opinión que tenían formada saludaba a todos y pasaba de largo. Pero también había quienes al parecer les molestaba su vida de virtud y le hacían sufrir mucho. Su hermana, Mercedes, quiso poner remedio a tanto sufrimiento y Carmen le dijo: «no, no les digas nada, pobrecitos, tendrán pena y se pueden disgustar y ofenderían al Señor, yo no quiero que el Señor se disguste.»

Apóstol fue toda su vida, más con sus obras que con sus palabras, ayudaba en la parroquia en el arreglo de altares, hacía cordones para los terciarios franciscanos y salía a pedir limosna por las casas de la ciudad para comprar el aceite que alimentaba la lamparilla del Sagrario.

Amaba mucho a Jesús Eucaristía, era su gran alegría, su fortaleza, y el fundamento de su caridad. Perteneció a la orden Tercera, establecida en el convento de los Padres Carmelitas.

La llamada

La Hna. Arcángela al igual que sus hermanos, sentía la llamada insistente del Señor, pero tuvo que sacrificarla para no abandonar a su tía Joaquina a la que delicada y enferma, cuidará hasta su muerte con amor y agradecimiento filial.

Sobre la enfermedad que padecía, la Sierva de Dios pidió a la Santísima Virgen que la curara para poder ingresar en la vida religiosa. Se curó y así, una vez tía Joaquina falleció, cumplido este deber filial y superado el problema de enfermedad pudo ingresar en la Congregación de Carmelitas de Orihuela, donde sus hermanas Mercedes y Paula ya eran profesas perpetuas.

Religiosa Carmelita

La Sierva de Dios llegó a Orihuela el 31 de diciembre 1907 donde realizó su postulantado y noviciado con mucho fervor y fidelidad. Tomó el hábito con el nombre de Hna. Arcángela y comienza su vida religiosa. En Orihuela da rienda suelta a su piedad eucarística, despliega su profunda devoción a la Stma. Virgen y a la práctica de sus virtudes preferidas; caridad, pobreza y humildad.

Profesó el 2 de agosto de 1909, y es destinada a Elda, donde pasará sus nueve años de profesa Carmelita y los últimos años de su vida terrena. El 2 de agosto de 1915 emitió sus votos perpetuos. En esta ciudad las Hermanas Carmelitas tenían establecidas dos comunidades: un Colegio y un Hospital Municipal. El primer año lo pasó en el Colegio, pero tuvo que sustituir a una hermana que enfermó en el Hospital y definitivamente fue trasladada a esta comunidad. Aunque al principio no sentía vocación por los enfermos, vivirá de tal forma la obediencia y se abrazará tan de lleno a al voluntad de Dios, manifestada por sus superioras, que aquella repugnancia natural que sentía hacia los enfermos la convertirá en un heroísmo continuado.

Los testimonios de las personas que la trataron y convivieron con ella los últimos ocho años de su vida, son testigos de la exquisita caridad y el amor, que para todos los enfermos, sin distinción, albergaba en su gran corazón. Su disposición de entrega al cuidado de los enfermos, a costa de su descanso personal hacía que durante la noche se levantara hasta ocho veces para ver a los más graves. ¿Cómo se las arregla para tener tanta paciencia con enfermos tan impertinentes y tratarlos con tanto cariño? Ella contestó: Cuando no puedo más, me voy cinco minutos delante del Sagrario, y salgo tan confortada que ya no siento nada».

En cuanto a la caridad, jamás se le oyó hablar mal de nadie, ni de seglares ni de religiosas. Su entrega para los enfermos, servía entre ellos de alivio en el dolor corporal y de salud espiritual para sus almas.

En la paz del Señor

Encargada de los enfermos tuberculosos, el Señor la visitó con esa misma enfermedad, soportando no solo con paciencia, sino hasta con alegría, la pesada cruz de las contrariedades y de la aprensión que dicha enfermedad suscitaba entre algunas de sus hermanas, hasta tener que comer apartada del resto de la comunidad, sin que jamás se le oyera una queja. Estaba unida a Dios y todo lo hacía por El. Se le oía decir: «No quiero gozar. Los gozos los quiero para mi amado Jesús».

Enferma, consumiéndose por momentos, la noche anterior a su muerte aún se levantó ocho veces, como habitualmente hacía, para ver si los enfermos necesitaban algo. Tres días antes había predicho el día de su muerte, el miércoles, día dedicado en el Carmelo a la Virgen.

Se preparó recibiendo el santo Viático, que recibió de rodillas, aún cuando no tenía fuerzas para sostenerse. Pidió perdón a todas diciendo: «Adiós, Madre y Hermanas, me voy al Cielo. Allí las espero a todas». Siendo sus últimas palabras: «Sí, os amo, Jesús, os amo mucho, mucho, mucho.» Fijó la vista hacia una imagen de la Virgen, empezó «Acordaos, oh piadosísima Virgen María…» que terminaría en la eternidad: era el día 27 de noviembre de 1918.

La noticia de su muerte corrió por toda la ciudad de Elda, siendo su entierro una gran manifestación de gratitud, acudiendo casi todo el pueblo a darle el último adiós en la Capilla del Colegio, donde los miembros de la Cruz Roja montaron guardia hasta llevarla al cementerio, obsequiándola con una preciosa corona.

Desde entonces y hasta nuestros días, se multiplican las visitas y la colocación de flores en su tumba, como una expresión más de su fama de santidad.

 

Otra pagina de informacion: http://www.hermanaarcangela.es/