Dentro del grupo de personas relevantes por su virtud y servicios prestados en la Congregación que colaboraron con la Sierva de Dios, ninguna iguala a la M. Josefa; en ella se une la vida ejemplar con una actividad apostólica fecunda, fundamentada precisamente en su vida y doctrina espiritual. No sin motivo manifiesta su primer biógrafo: «con toda propiedad la consideramos como la segunda Madre de nuestra amada Congregación». Después de la Sierva de Dios, nadie como ella trabajó por el Instituto; su biografía fue publicada trece años después de su muerte, siendo la tercera religiosa de quien se escribió su vida ejemplar. Había nacido en Olot (Gerona), el 4-10-1878.
Marieta, como le llamaban familiarmente, fue una joven laboriosa que compartía el tiempo en cuidar a sus hermanos menores y aprender a la perfección el arte de bordar; y sobre todo, encaminó su vida muy pronto hacia una consagración religiosa. A ello se opuso tenazmente su padre, aliándose a esta oposición la falta de recursos económicos que le impedían conseguir la dote.
Superadas muchas dificultades, ingresó en el Carmelo de Orihuela, donde comienza el noviciado el 17-10-1901. También en él tuvo que continuar afrontando obstáculos que se oponían a sus propósitos de fidelidad; lo cual llevó a cabo con la singular ayuda de la Madre Elisea, quien reconoció desde el primer momento las dotes extraordinarias de la joven candidata. Después de la profesión temporal emitida el 27-10-1902, fue destinada al colegio de Cox (Alicante), más tarde al de Elda (Alicante) y posteriormente a Paradas (Sevilla); allí emitió sus votos perpetuos en 1909, el 30 de mayo. Por todas las comunidades que fue pasando, dejó una estela de bondad y de robustez espiritual, reflejadas frecuentemente en sus apuntes de retiros y ejercicios espirituales.
De Paradas fue trasladada a Orihuela, donde la nombran ayudante de la maestra de novicias M. Eufrosina Martí; por las numerosas ocupaciones de ésta, la M. Josefa lleva el peso de la formación, cargo que desempeñó con gran madurez y discreción. De allí pasa a la comunidad de Santa Eulalia (Alicante) y más tarde a la de Sax (Alicante); en ambas asumió la responsabilidad de superiora.
En el capítulo general de 1922 fue elegida consejera general, siendo reelegida el año 1928, cuando la Sierva de Dios volvió a ser nombrada superiora general. Fue una ayuda incondicional para ella, particularmente en estos últimos años, cuando la M. Elisea se hallaba más limitada por su salud. La M. Josefa mujer virtuosa y prudente, desempeña las tareas que la superiora general le encomienda con toda fidelidad. Una de ellas era visitar las comunidades, servicio que estaba realizando en Cataluña cuando murió la Sierva de Dios.
En el capítulo general extraordinario, celebrado en septiembre de 1932, fue elegida superiora general, cargo que ostentó hasta su muerte, ocurrida el 1 de septiembre de 1951. Durante esos 19 años de inestabilidad política, guerra civil y postguerra, la M. Josefa demostró un tesón y entereza extraordinarios. En las circunstancias más adversas, ella siempre confiaba en el Señor y sacaba adelante lo emprendido. Una breve síntesis de lo que fue su vida la describe así: «Fue modelo de todas las virtudes, gran caridad, suma prudencia, profunda humildad, gran amor a la pobreza, etc. Pero en lo que más se distinguió fue en su gran confianza en Dios. De Él lo esperaba todo, nunca salieron fallidas sus esperanzas, porque el Señor se complacía en allanarle todas las dificultades y solucionarle todos los asuntos por intrincados que fuesen».
La M. Josefa, además de superiora general, fue en todo momento, maestra de vida y consejera de sus hermanas. Las 280 cartas suyas que se conservan, son un buen exponente de esta dirección espiritual, que aún sin pretenderlo, ejerció con las religiosas sobre todo, pero también con sus familiares y otras personas.
Una vida tan repleta de unción y virtud, tan humilde y escondida, acabó sin ruido, dejando tras de sí el buen olor de Cristo. Descansó en el Señor el día 1 de septiembre de 1951. El entierro que tuvo lugar al día siguiente, fue una gran manifestación de religiosas y laicos que quisieron acompañarla para demostrarle su respeto y cariño. Al llegar al cementerio, muchos le cortaban trocitos de la capa y del hábito, como recuerdo y reliquia que quisieron llevar consigo.