Circular nº. 18

Madrid, 5 de abril de 2015

“Quédate con nosotros, porque atardece… Entró para
quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.
A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”
(Lc. 24,29-31)


 Queridas Hermanas: ¡Verdaderamente, ha resucitado el Señor, aleluya!

Con esta expresión, que repetiremos muchas veces a lo largo del Tiempo Pascual, quisiera expresaros mi más cariñosa felicitación y deseos de que esa vida nueva que se nos ha dado en Cristo Jesús, siga creciendo cada día, como signo de su presencia viva en cada una de nosotras y en nuestras comunidades.

He escogido unos versículos del hermoso relato del camino que Jesús hace con los discípulos de Emaús, para iluminar esta reflexión que comparto con vosotras, y así estimularnos personalmente a vivir este tiempo Pascual como “encuentro”, si cabe más profundo y cercano, con el resucitado.

También nosotras, al igual que los discípulos, nos encontramos muchas veces, con la sensación de que nuestras expectativas no han sido colmadas, no han dado los resultados que esperábamos, y nuestro sentimiento es de frustración, de tristeza… Pienso que esto es muy humano, pero necesitamos también que Jesús “nos abra los ojos” para reconocerlo a Él, que camina junto a nosotros en las vicisitudes de la vida, en los problemas duros y difíciles de los hermanos y del mundo que nos rodea. Solo la experiencia de que el Señor nos acompaña, de que no es ajeno a nuestros problemas, a nuestros sufrimientos, a nuestras limitaciones, nos hará vivir con sentido de fe pascual, cada una de las situaciones por donde pasemos y por las que este mundo tan herido pasa.

“Quédate con nosotros, porque el día va de caída…” ¡cuántas veces tendremos que repetir esta expresión! Pero creo que el Señor quiere que se lo pidamos sin cansarnos, y compartir con nosotros en la intimidad, aquello que forma parte de nuestra vida, lo que nos inquieta, lo que nos hace felices. También Él quiere sentarse a nuestra mesa, sin prisas y con sorpresas: los discípulos lo reconocieron al partir el pan. Es muy significativo que el relato nos diga, que en ese momento descubrieron que era el Señor; el mismo que había comido y bebido con ellos. Seguramente ese gesto de Jesús de “partir el pan”, les era muy familiar, lo hacía de forma muy especial, muy personal… tanto, que a ellos se le había grabado en el corazón, y fue entonces cuando no tuvieron duda de que el Señor estaba vivo y compartía su vida. Todo cambió desde ese instante y la consecuencia que se siguió de esa experiencia, fue comunicar a los hermanos, con prontitud y alegría, que Jesús no estaba muerto, ¡ha resucitado! Solo la experiencia personal de nuestra vida con Jesús, puede hacernos reconocer sus gestos, su manera de actuar, su infinito amor por nosotros…

Que en este tiempo de paz, gozo y esperanza, en el que la Iglesia nos ofrece tanta riqueza en su palabra, en los sacramentos, en el don de cada hermano, seamos capaces de abrir los ojos llenos de gratitud para descubrir y exclamar, “¡es el Señor!”

            ¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!