Circular nº. 3

Madrid, 8 de abril de 2012

 “Este es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro gozo»
Si 177

 

Mis queridas Hermanas:

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Ya de vuelta de mi visita por los países de América Latina donde tenemos comunidades, Puerto Rico, República Dominicana y Perú, de los que regreso con el gozo fraterno que produce el encuentro con las hermanas, me dispongo a escribiros estas letras que os llegarán a través de VINCULO.

En estos momentos, creo que la presencia de Jesús vivo y actuante en nuestros corazones nos lleva a experimentar por la fe, que sus llagas gloriosas dulcifican las nuestras, y el camino cuaresmal que el 17 de febrero, y en los días sucesivos, se hizo especialmente doloroso por la partida trágica e inesperada de nuestras queridas hermanas, lo vemos luminoso y con esperanza, porque Cristo que nos amó primero y cargó con nuestros sufrimientos, hoy vive y da sentido a todo dolor humano. Desde esta convicción experimentamos junto al resucitado, a tantas personas que amamos y que han pasado de este mundo al Padre, y viven con El intercediendo por nosotros.

En este tiempo pascual, nos llenamos de gozo porque, entre otras muchas experiencias, oímos cómo Jesús nos llama por nuestro nombre, y como a María Magdalena nos concede la gracia de reconocerlo, alegrarnos, llenarnos de su paz y anunciar a nuestros hermanos que está vivo. Igualmente comparte con nosotras el Pan y el Vino del banquete de las bodas eternas, que como Esposo fiel nos ofrece siempre: “caliente el pan y envejecido el vino”.

En este domingo sin fin, que es la Pascua, es preciso recordar la gracia de nuestro bautismo, “que queremos llevar hasta las últimas consecuencias por medio de la consagración religiosa” (art.1 Const.) Dejemos actuar esa gracia para vivir con fidelidad nuestros compromisos y no nos  desanimemos nunca ante nuestras debilidades; recordemos lo que en la Vigilia Pascual nos anunciaba el Pregón:

“Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que nos mereció tal Redentor!…
¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Sabemos, como nos dice S. Pablo, que unidas a Cristo, nada puede separarnos de su Amor: ni angustia, persecución, hambre, desnudez… todo lo podemos en Aquel que nos da la fuerza.

Vivamos con gozo, esperanza y fortaleza este tiempo en el que Jesús se hace especialmente presente en nuestras vidas como compañero de camino. Mirad: las brasas están preparadas y el pescado listo para asarse. Y todo hecho por El, por su amor sin medida hacia cada uno de nosotros.

Con mi cariño y oración,