Circular nº. 6

             Madrid, 8 de diciembre de 2012

 

“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo,
nacido de una mujer,nacido bajo la ley,
para rescatar a los que estaban bajo la ley,
para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.

Ga 4, 4-5

 

Mis queridas Hermanas:

Ya próximas a las fiestas de la Natividad del Señor, me alegra profundamente el felicitaros a todas y a cada una en particular, deseándoos la paz y el gozo que Jesús hecho niño viene a regalarnos, como el mejor don de su corazón.

Al contemplar el misterio de la Palabra hecha carne, no podemos de dejar de fijarnos con inmensa ternura y gratitud en la Madre que “le dio a luz, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7). Creo que no necesitamos más para contemplar y saborear el gran amor con que Dios nos ama al hacerse uno como nosotros y compartir en todo nuestra condición de debilidad, menos en el pecado. Y aún éste es motivo para gustar de su misericordia infinita, que nos envía a su Hijo para rescatarnos de él.

En este año en el que el Santo Padre nos invita a toda la iglesia, y en el corazón de ella a los religiosos, a reavivar el don de la fe, hemos de esforzarnos en ser signos de trascendencia, viviendo con fidelidad los compromisos de nuestra consagración. Este tiempo es una oportunidad de conversión para la Vida Religiosa, que debe llevarnos a orar con insistencia para que nuestra pasión por Cristo sea cada vez más fuerte y testimonial; hemos de soplar sobre las cenizas de una vida, tal vez con falta de ilusión y entrega, el fuego que se esconde en las brasas que todavía perduran, e invocar sobre ellas el aliento del Espíritu, para que el don del carisma que hemos recibido, sea siempre nuevo y así responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo. Creo que es necesario valorar más la intimidad con el Señor, para que nuestra evangelización sea fecunda y transmita la vida que tan generosamente nos ha sido dada en la plenitud de los tiempos, al enviar Dios a su Hijo.

Es para mí motivo de gran alegría, ver como todas las comunidades se esfuerzan en acoger con generosidad la llamada del Santo Padre a ser testigos creíbles del evangelio, participando y acogiendo todo lo que desde las iglesias particulares en las que estamos insertas, se nos va proponiendo, y que en todas las plataformas de evangelización en las que estamos, impulsamos a vivir con gozo el don de la fe, o bien la proponemos a los que todavía no han recibido esta gracia, como la perla preciosa por la que vale la pena vender cuánto tenemos… Pero todo ello solo es evangelizador, si el testimonio de nuestra vida consagrada, acompaña el anuncio que hacemos con nuestras palabras. Seamos receptáculo del Verbo de Dios, como lo fue María, que aceptó con gozo la llamada a ser Madre de Dios, y aún sin comprender el Misterio, fue fiel hasta el final.

En estos días en los que recordamos el misterio de nuestra salvación, contemplando a Cristo recién nacido, pidamos a la Virgen que lo acogió con inefable amor de Madre, que nos enseñe a saber entregarlo a nuestros hermanos con la misma integridad con que Ella nos lo ofreció.

Que estos deseos sean mi más entrañable felicitación en estas Fiestas navideñas y de Año Nuevo, en las que cada una debemos esforzarnos un poco más, en fomentar el clima de familia en nuestras comunidades. Así se lo pido al Señor.

¡¡MUCHAS FELICIDADES!!